De la observación nacen con cierta frecuencia pequeñas perlas. Es lo que, a decir de la crítica, le ha pasado al mexicano Celso García, director del filme "La delgada línea amarilla". Una película, su primer largometraje, que se presentó ayer en Festival Internacional de Cine de Gijón y que dejó un buen regusto a la audiencia.

Se trata, como comentó el director en la rueda de prensa posterior, de una "walk movie", un filme que se desarrolla "muy lento, a un kilómetro por hora" y que desde el principio nació con una clara intención: "contar una historia sencilla de manera honesta". Y como muchas cosas buenas, el argumento llegó un poco por casualidad. Concretamente, un día allá por 2008 cuando García conducía por el estado de San Luis Potosí y se topó con una cuadrilla de hombres entregados a pintar la línea amarilla de la carretera. Empezó a llover, se subieron a la camioneta, se taparon con unos plásticos y a Celso García se le antojó "una bella imagen".

Tanto, que siete años después ha tomado forma en una película que habla de hombres, con una presencia escasa de mujeres y con los animales como actores con protagonismo. Un universo masculino elaborado para "acabar con ciertos mitos", explicó el director, quien ha querido huir del tópico del "mexicano grosero que bebe tequila". Porque más allá de eso, y aunque sea en medio de una carretera en mitad de la nada, "se habla de trabajadores que tienen sueños, que tienen que volver a empezar" y que, además, establecen un compañerismo forjado en la aridez del asfalto. Una suerte de "hermandad" en busca de la dignidad. Por el momento, ya se ha llevado el aplauso de la crítica.