Qué pensar y esperar de una ópera que su compositor dejó a la mitad y no precisamente por fallecimiento; que fue completada por uno de sus discípulos, semi desconocido, cuarenta años después y que apenas se representa. Pues no "El duque de Alba", de Donizetti y Salvi, no es ni mucho menos una anécdota, un título menor, una curiosidad para peritos como en la noche de ayer se pudo comprobar en el teatro Campoamor de Oviedo. La cuarta entrega de la LXVIII Temporada carbayona sumó a la rareza -que siempre desata expectaciones- el éxito de una pieza de calidad y que tuvo la fortuna de contar con buenos cantantes sobre una escena eficaz y un maestro escrupuloso. El público aplaudió durante cinco minutos y 26 segundos y un sector del respetable pateó la escena, según la producción de la ópera flamenca de Vlaanderen. La orquesta Oviedo Filarmonía, musical -o sea, muy bien- que de eso se trata sobre todo en una ópera del belcanto en transición al gusto verdiano. Muy bien, por lo mismo, el maestro Roberto Tolomelli. Los días 15, 17 y 19 se volverá a representar, siempre a las ocho de la tarde.

No hubo que esperar al inicio del cuarto acto y al aria "Angelo casto e bel" que el tenor barcelonés José Bros cantó magníficamente -¡vaya ovación!- para encontrarse con la obra. Es el único fragmento conocido así que la platea lo buscaba. Pero no, no fue necesario llegar a ese avanzado punto para que el público enlazase con la representación.

La crudeza de la pieza fue bien expuesta por el director de escena Carlos Wagner con elementos impresionantes como los soldados gigantones y propuestas interesantes al mostrar a los españoles opresores siempre en un plano físico superior. Algunos detalles, sin embargo, no ayudaron al buen resultado. En todo caso, los cantantes fueron a por todas desde que la soprano mexicana María Katzarava, en el papel de Amelia, atacó "In sen ai mar", con gran resultado vocal y dramático ya que en esa aria se resume la opresión, el patriotismo y el juego de valores que recorre toda la representación.

Don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba, no era el conde Ciano y menos aún el Gran Gatsby o un matón del gag de Al Capone o la Macarena. Ni aquel Flandes tiene nada que ver con la república mussoliniana de Saló donde parece que se sitúa la acción en esta producción. Ni cabe el guiño a esa conocidísima foto de Hitler, en la que aparece poniendo posturas ante un espejo. En todo caso el barítono tarraconense Àngel Òdena, que encarnó al crudo jefe de los tercios españoles, estuvo espléndido. Ya en el terceto "Popol fiacco", con la Katzarava y nuestro Miguel Ángel Zapater -siempre muy bien como Daniele- demostró lo, por otra parte, ya aquí conocido: es un excelente cantante y ayer de forma especialmente destacada.

Bros, como Marcello, que llevaba excelente desde el inicio, destacó sobre todo en la cabaletta "Di me stesso son signore", del dúo con Òdena. El Coro de la Ópera de Oviedo -lástima de la pérdida del maestro Patxi Aizpiri- abrió el segundo acto en la fábrica de cerveza cantando "Liquor che inganna", con calidad musical y gestualidad conspirativa. Y la soprano recibió bravos, muy merecidos, en "Ombra parterna". Bien Felipe Bou como Sandoval. Tras el descanso, la partitura de Salvi no bajó el nivel ni mucho menos. La tragedia avanza imparable. El duque y Marcello se descubre como padre e hijo. La acción lineal se complica sin remedio. Muy bien, según quedó dicho, José Bros en "Angelo casto e bel". El desenlace, con puñalada trapera y errática, recordó para mal a "La venganza de don Mendo".