En el año 2013, con 88 años, el compositor y director francés Pierre Boulez, uno de los más grandes y heterodoxos músicos del siglo XX, declaraba en una entrevista que no tenía miedo a la muerte. Seguía componiendo. "Me gustaría durar tanto como Elliot Carter (compositor), dos semanas antes de morir me escribió una carta bien extensa, sin ninguna falta de ortografía: la he guardado. Quisiera llegar hasta el final como él, en plenas facultades, a los 103 años".

Pierre Boulez, eterno candidato al premio "Príncipe de Asturias" de las Artes -no ha trascendido si este año lo fue también en los primeros galardones con el título de "Princesa"-, no logró alcanzar su sueño. Falleció a los 90 años en su casa de la ciudad alemana de Baden-Baden. "Para todos aquellos que lo conocieron y que pudieron apreciar su energía, su exigencia artística, su disponibilidad y su generosidad, su presencia se mantendrá viva e intensa", afirma su familia en una nota distribuida por la Filarmónica de París.

El hombre que según el director y pianista argentino-israelí Daniel Barenboim, amigo de Boulez, logró vivir una paradoja estética, al "pensar con el corazón y sentir con la cabeza", y fue una personalidad fundamental en el diseño de la política musical francesa, será siempre "un hombre del futuro", añade Barenboim.

Compositor, director y gestor, Pierre Boulez nació en Montbrison (Francia) el 26 de marzo de 1925. Su padre quería que estudiará ciencias y matemáticas pero él, en plena segunda Guerra Mundial, ingresó en el Conservatorio de París. Allí entró en contacto con su primer maestro, Olivier Messiaen, que acababa de ser liberado de un campo de concentración. Aprendió con él, durante un tiempo se entendieron, pero, como el mismo Boulez declararía, "la luna de miel se acabó pronto".

Representante acerado de la vanguardia musical, el autor de obras fundamentales del siglo XX como son "Pli selon pli" o "Le marteu sans maître", criticó, en ocasiones sin miramientos, las obras de otros renombrados contemporáneos, como Stravinski, Shostakóvich, Schoenberg o John Cage, motivo por el que llegó a ser tildado "estalinista musical". De Cage no le gustaba su teatralidad, que consideraba pasada de moda y a Stravinski lo consideraba "un gran ilustrador". Y añadía: "Cuando tenía un buen argumento, como 'La consagración de la primavera' o cualquier ballet, lo acompañaba bien. Pero cuando carecía de historia y trataba de adentrarse en lo formal o lo abstracto, no conseguía nada".

A mediados de los años 60 del pasado siglo abandona su país, ante la decisión del entonces ministro de Cultura André Malraux de nombrar director de Música a Marcel Landovski, después de solicitar a Boulez un plan para una reforma de la música. Boulez consideraba un mediocre.

Vuelve a peticiòn del presidente George Pompidou, para crear y dirigir el Institut de Recherche et Coordination Acosutique/Musique (IRCAM) y Boulez logra que se cree el Ensemble Intercontemporain de París, una orquesta centrada en el repertorio contemporáneo. En los ochenta convence a otro presidente, en este caso Mitterand para crear la Ópera de la Bastille, de carácter popular. Tiempo después llegaría La Cité de la Musique, un complejo que reunía el Conservatorio Superior de Música, un auditorio de tamaño medio (800 plazas), el Museo de la Música y un centro de documentación.

Como director de la orquesta Sinfónica de la BBC, cargo en el que sucedió a Colin Davis, y de la Filarmónica de Nueva York, en la que sustituyó a Leonard Berstein, en la década de los 70, se convirtió en una figura internacional. Boulez, que siempre se negó a utilizar la batuta, es incuestionable como director en la Escuela de Viena, pero también amaba a Mahler -"quiso extender los límites de la sinfonía hasta su desaparición", decía- y a Wagner, de quien afirmaba: "Arma la gran música a base de pequeñas partículas. Continuidad y discontinuidad, esa es su gran aportación".

Era un revolucionario que buscó y logró la libertad total como creador. Creía que uno de los mayores problemas de la sociedad contemporánea, en términos musicales, era el hecho de que la música no formara parte de la cultura básica. Y consideraba que muchas de las orquestas actuales eran "entes escleróticos", con un repertorio decimonónico,