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Mujeres invisibles que miraron el cielo

Hace cien años, la Sociedad Astronómica británica admitió a las primeras científicas, pero las investigadoras aún luchan hoy por la igualdad, eclipsadas en un universo masculino

"Calculadoras de Harvard": integrantes del grupo de mujeres contratadas por el astrónomo Edward Charles Pickering para realizar análisis de datos.

Vera Rubin hizo historia por dos motivos cuando observó por vez primera a través del telescopio de Monte Palomar en 1964, entonces el mayor del mundo. Pero la astrónoma, de 34 años, sólo sabía una de esas razones: que era la primera mujer en utilizar de forma legal el gran telescopio. Años antes ya lo había hecho Cecilia Payne-Gaposchkin, pero sólo porque el director del observatorio se lo permitió durante unas horas.

La segunda razón por la que Rubin marcó un hito vino después. Sus minuciosas mediciones del movimiento de las estrellas dentro de las galaxias fueron determinantes para corroborar la existencia de la materia oscura, que ya había planteado en 1933 el astrofísico suizo Fritz Zwicky. Rubin había tratado de matricularse en Astronomía en la Universidad de Princeton, pero entonces no estaba permitido que las mujeres se graduasen en esta disciplina. La limitación no se levantó, pásmense, hasta 1975.

Más sangrante es el caso de la norirlandesa Jocelyn Bell, nacida en 1943, que descubrió el primer púlsar (estrella de neutrones que emite radiación de forma periódica) pero vio cómo el premio Nobel se lo llevaba en 1973 su director de tesis, Anthony Hewish, lo que desató una polémica que aún colea en el mundo académico.

Ayer se cumplieron cien años desde que cuatro mujeres pioneras lograran el derecho a pertenecer a la Real Sociedad Astronómica británica, creada por un grupo de hombres reunidos en una taberna londinense. El centenario permite echar la vista a las silenciadas contribuciones de mujeres astrónomas cuyos hallazgos quedaron eclipsados en una disciplina que aún hoy tiene un marcado sesgo masculino.

A lo largo de la historia, las mujeres también miraron al cielo, pero lo hicieron en silencio. Paradójicamente, el primer nombre con respaldo documental de un astrónomo, de cualquier sexo, es el de una mujer: la sumeria Enheduanna, hija del rey Sargón y suma sacerdotisa del dios Nanna. Los primeros textos escritos de la humanidad que pueden atribuirse a un autor fueron obra de esta mujer, que vivió hace 4.300 años y dejó grabadas en caracteres cuneiformes varias obras poéticas, entre ellas "La exaltación de Inanna", dedicada a la diosa sumeria del amor, reina de los cielos y asociada al planeta Venus, la estrella vespertina.

Conocida es la historia de la matemática Hipatia de Alejandría, que murió asesinada en el siglo IV. Seiscientos años antes, la griega Aglaonike, la más poderosa de las "brujas de Tesalia", predecía los eclipses para asombro de sus coetáneos. Está considerada la primera astrónoma europea.

En el siglo XVII Maria Cunitz fue clave en la divulgación de la teoría de Kepler que explicó el movimiento de los planetas. Pese a su talento, la alemana Maria Winkermann Kirchner, nacida en 1670, no pasó de ayudante de su esposo astrónomo y, después, de su hijo. La Academia de Berlín le negó por ser mujer una plaza para la que estaba sobradamente preparada.

Carolina Herschell vivió a la sombra de su hermano, William Herschell (descubridor de Urano), aunque logró ser la primera astrónoma profesional del mundo. Al final consiguió ser toda una celebridad en su época y se convirtió en la primera mujer miembro de honor de la Real Sociedad Astronómica, que hasta 1915 no admitió como integrantes de número a científicas.

Las mujeres desarrollaron a finales del siglo XIX y principios del XX una callada labor como ayudantes en los observatorios o haciendo cuentas. Ése fue el caso de las 21 mujeres que Edward Charles Pickering, director del observatorio de Harvard entre 1877 y 1919, contrató para realizar cálculos astronómicos, lo que le permitió publicar un catálogo con más de 10.000 estrellas. Aquel grupo de mujeres recibió el nombre de "las calculadoras de Harvard", aunque de forma ofensiva recibían entre la machista comunidad científica el apelativo de "el harén de Pickering".

Aún hoy en día continúa siendo un misterio qué es la "materia oscura" que copa el Universo y cuya existencia fue constatada gracias al trabajo de Vera Rubin. Al final, la astrónoma a la que Princeton negó la matrícula por ser mujer terminó investida como doctora honoris causa por las prestigiosas universidades de Harvard y Yale. Rubin continúa combatiendo para que las astrónomas sean reconocidas y luchando para que la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos integre a más mujeres. En 2005 declaró con cierta tristeza: "Ésta es una batalla que tendrán que realizar las mujeres jóvenes. Hace treinta años pensábamos que la lucha acabaría pronto, pero la igualdad es tan elusiva como la materia oscura".

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