"Hay una edad en la que parece que todo fue ayer". Esta fue una de las reflexiones del pianista Joaquín Achúcarro cuando, en 2013, recogía su Medalla de Oro de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. No puedo estar más en desacuerdo. De su arte dijo el director Zubin Mehta que era comparable al gran Rubinstein. Y Sir Simon Rattle quedó maravillado del sonido que el vasco es capaz de lograr al piano, cuando en 2011 aún grabaron "Noches en los Jardines de España" de Falla. Este sonido permanece con las décadas, acrecentado si cabe con el cariño, tan sincero, que Achúcarro siente por Oviedo. Así me consta.

Achúcarro recuerda bien la primera vez que salió de su Bilbao natal para interpretar en Oviedo el "Concierto en re menor" de Mozart, junto a Ángel Muñiz Toca, figura por otro lado imprescindible en la profesionalización de la Orquesta Sinfónica de Música de Cámara de Asturias, y del asentamiento de la Sinfónica Provincial en 1960. Son los antecedentes de la historia de nuestra Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), con lo que la nueva visita de Achúcarro -que dejó ¡hasta tres magníficas propinas!-, en pleno aniversario de la orquesta, tuvo esta semana un significado especial.

El talento y la destreza de Achúcarro se hicieron notar desde el inicio de "La Rapsodia sobre un tema de Paganini" de Rachmaninov. Esta obra combina momentos de compleja mecánica rítmica, con otros de mayor densidad sonora, y momentos para la evocación lírica, como en la parte central del mosaico de variaciones que es la rapsodia, considerada por algunos como el último concierto para piano del ruso. Así, la obra tiene todos los ingredientes para el lucimiento del solista, mientras la orquesta demuestra su agilidad y flexibilidad a la hora de formar equipo. Achúcarro y la OSPA fueron un tándem de éxito, con la batuta de David Lockington, Principal Director invitado de la OSPA. Fuerza, claridad, expresividad y maestría técnica. De ello hizo gala Achúcarro, junto a una OSPA que destacó en los juegos rítmicos y de volúmenes a lo largo de la obra.

Antes escuchamos la "Obertura trágica" de Brahms, con el impulso que caracteriza esta obra, y los contrastes de tiempo y texturas que prolongan su final con esa energía turbulenta. La segunda parte del concierto se dedicó a la "Sexta Sinfonía" de Dvorák, una de las más valoradas del compositor checo, que combina las técnicas de la tradición germana sinfónica (Brahms, Beethoven) con la inspiración nacionalista. Hay que destacar la solidez de los maestros de la OSPA -bravo los vientos, especialmente la madera-, en la construcción de esta sinfonía rica en temas melódicos, que se entretejen con una armonía muy personal. Si hubiera que escoger, me quedaría con el segundo y tercer movimientos. Por sus refinados perfiles y la vigorosa danza "Furiant", respectivamente.

En suma, fue un concierto "redondo" por las conexiones del programa y esas evocaciones musicales, que trajo Achúcarro, de aniversario.