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La Vida Buena

Faros y realeza en la costa vascofrancesa

De Hendaya a Biarritz, las casas blancas adornadas en rojo y verde miran a las playas surferas, los palacios resisten al tiempo y las tiendas imitan a las de París

Faros y realeza en la costa vascofrancesa

Caminatas entre palacetes; calles y tiendas que imitan e incluso mejoran a las parisinas; compras de antigüedades, alpargatas y telas de rayas; cafés y sobremesas "au bord de la mer con gateau basque y chocolate; baños en ese Cantábrico que habla francés en playas sin gritos, aunque estén repletas; sesiones de talasoterapia; veladas en el casino y noches de ballet y mañanas de surf.

La costa vascofrancesa, la cornisa plateada que se extiende de Hendaya a Biarritz y se prolonga por el interior hasta Bayona, conserva su naturaleza intacta, entre vetustos ladrillos que desde el siglo XIX han visto pasar a varias generaciones de las cortes europeas.

Aún hoy, Biarritz, la más francesa de las localidades de Iparralde, mantiene calles con nombres de la realeza y la aristocracia del Viejo Continente, especialmente la rusa, que llegó tras la revolución de 1917, artífice de una Iglesia ortodoxa, ahora en restauración. Pero en Biarritz (Miarritze o Biarritz en euskera y Biarritz en gascón) por encima de todo explotan el recuerdo de Eugenia de Montijo, la emperatriz española coronada por Napoleón III, que enseñó a su marido francés el pueblo marinero que la cautivó a los 9 años.

Esa edad tenía Eugenia en 1835, cuando su madre la llevó de vacaciones a Biarritz. En cualquier época del año, especialmente en verano, es fácil ver a franceses "très chic" pasear por la rue Mazagran, paraíso de las compras. En Les Sandals d'Eugenie se encuentran preciosas alpargatas, y en Bakar Antiques pueden adquirirse piezas con solera. Papa Pique et Maman Coud vende accesorios de ésos que provocan envidia a primera vista.

La tienda del hotel Du Palais, monumento nacional y antigua residencia de verano de Eugenia, donde es preceptivo tomar un café, vende trajes de baño y complementos para lucir en la Grand Plage, donde en verano es frecuente ver a españoles como Esther Koplowitz jugando con sus nietos. En la calle Victor Hugo, que fue otro fan del lugar, se ubica La Chapellerie Divine, templo para los amantes de los sombreros. Dora Zee, en la Avenue de la Reine Victoire, está especializada en bisutería. En la Avenue Eduard VII están Natacha, Moda di Victoria y Berenice. Hermès y Longchamp también tienen tienda en la ciudad, que cuenta con centro de talasoterapia, teatro de ballet, Museo de la Mar y el faro de la Pointe Saint Martin, construido en 1830 sobre la punta de San Martín, un túmulo de rocas que separa Biarritz de Anglet y que últimamente se ha convertido en destino de "runners" vestidos a la última.

Y es que es fácil perder la línea entre los fogones de Chez Albert, en el Port des Pêcheurs, enclave ideal para pasear hasta la Roche de la Vierge (Roca de la Virgen), la roca horadada por Napoleón III para que sirviera de refugio a los balleneros, que la utilizaban para avistar la llegada de los cetáceos. Antiguamente conectaba con la costa a través de un puente de madera, reemplazado por una pasarela de hierro diseñada por Gustave Eiffel.

Siguiendo la ruta hacia España, si no es verano ni fin de semana, merece la pena tomar la nacional hacia San Juan de Luz, pasando por Bidart, con pequeños hoteles de cuidada arquitectura vasca y restaurantes como Les Frères Ibarboure, donde tomar mejillones, ostras y bonito de Guéthary al pimiento de Espelete. En San Juan de Luz es típico visitar a los pintores que venden cuadros junto a la desembocadura de la Nivelle.

El recorrido por la villa empieza por la place Louis XIV. De allí sale la rue Gambetta, con tiendas en las que perderse durante horas, y la iglesia de San Juan Bautista, donde el rey Sol se casó con María Teresa de Austria. El mejor foie se encuentra en Les Delices Saint Orens. Bayona es el lugar de las alpargatas (espadrilles), más caras que en España, pero con "algo" que las hace únicas. La Maison vende chocolates y gateau basque relleno de crema. Voailles es para embutido y quesos, mientras que Old England ofrece pijamas, batines y complementos masculinos, casi imposibles de encontrar en otros lugares. A la hora del almuerzo, Le Kaiku, en la rue de la Republique, ubicado en la casa más antigua de la localidad, es el mejor para tomar mariscos. Subiendo la calle se llega a la enorme playa protegida de las olas por tres diques.

Frente a San Juan, Ciboure parece envidiar el esplendor de su vecina. En el pueblo de Ravel, Chez Mattin sirve cangrejo al horno y tarta de higos frescos para reponer fuerzas antes de seguir camino. Y de Ciboure a Hendaya todo se conserva como si no hubiera pasado el tiempo. Entre los acantilados cortados con cuchillo y los prados donde pastan ovejas y se alzan caseríos transcurre la carretera. Si queda tiempo antes de pasar la "muga", Gethary brinda la tranquilidad de un viejo puerto ballenero.

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