El hermoso árbol no impidió apreciar la belleza del bosque de manera que la velada Beethoven brilló con luz propia sin que la gran estrella, el actor británico Jeremy Irons, eclipsase el conjunto. Antes bien, lo potenció de emociones. Noche de éxitos en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, lleno hasta la bandera y al final cuatro minutos y 31 segundos de aplausos. La Orchester Wiener Akademie, dirigida por el maestro Martin Haselböck, con la soprano sueca Kerstin Avemo y el recitador Irons encantaron a un público entregado. Una gran cita para la historia musical asturiana.

El plato fuerte, al menos desde el punto de vista del espectáculo genérico, se sirvió en la segunda parte de la segunda parte y como final de la velada: "Egmont", de Beethoven, sobre un drama de Goethe y, según ha quedado dicho, la participación del actor de Hollywood. El plato fuerte musical fue el que abrió la sesión: la Séptima sinfonía del compositor de Bonn.

El éxito estaba cantado de todas maneras. Muchos prismáticos entre el respetable, sin duda para ver de cerca al actor, aplausos entre los tiempos de la sinfonía de inicio -que delatan un público no habitual en los conciertos- exquisita etiqueta de los vienes, con el director saludando incluso esas molestas interrupciones y aburrida espera hasta la salida de actor, al menos por parte de algún que otro espectador que se quedó literalmente dormido a los primeros compases.

El actor había llegado al Auditorio tres cuartos de hora antes del concierto, solo desde el hotel, a buen paso y con evidentes señales de timidez. Un grupo de admiradoras, bien entradas en años, lo esperaban haciendo fotos y videos: "¡Jeremy, Jeremy!". Ni caso.

Cuando, al fin, salió a escena con una levita tres cuartos, entre marrón y teja, también muy ágil de movimientos y sonrisa abierta y generosa solo le restaba recoger las flores. Y así fue. El poema sinfónico "Egmont" está formado por una obertura, magnífica y archiconocida y otras nueve piezas. Muy bien la obertura aunque como la orquesta austriaca utiliza instrumentos antiguos en aras de la pureza del sonido y fidelidad a la partitura, algunos desajustes fueron inevitables. Inmediatamente Irons tomó la palabra para recitar en inglés un texto originariamente alemán y con sobre títulos en español. Voz muy personal, rasgada en los acentos y más que adecuada para una obra que en realidad es un oratorio laico en donde la figura de Jesucristo es sustituida por la del conde flamenco. Y los textos, feroces contra la católica España y sus rectores desde el rey Felipe II al duque de Alba.

"Nos encontramos en la Bruselas medieval" contó Irons con una adecuada amplificación y después de situar la escena intervino la soprano, Kerstin Avemo, con una de las dos grandes arias -sin amplificación- de la obra. Estuvo muy bien toda la noche.

Narrador y orquesta se alternaron, con compases líricos y dramáticos sucesivamente y textos de amor y muerte, siempre expresados literariamente en el límite, con palabras mayores que el actor acentuó sin histrionismos, ligera gestualidad y buen gusto. Entre pasaje y pasaje, Irons esperaba sentado, con las piernas elegantemente cruzadas y aspecto de disfrutar del momento.

Sí, estaba a gusto. Una anécdota revela su estado de ánimo. En el palco presidencial siguieron el concierto los directivos de la asociación de la prensa y del colegio de periodistas -ayer fue la festividad del patrono, San Francisco de Sales- el actor charló con los informadores allí reunidos, les dijo que Oviedo le parecía una ciudad preciosa y mostró su admiración por el hecho de que una urbe pequeña pudiese ofrecer conciertos de gran formato como el que ayer se sirvió.

Y llegó la sinfonía de la victoria a pesar de la muerte y la encendida ovación final del respetable. Antes, la interpretación de la Séptima sinfonía de Beethoven que el maestro Haselböck dirigió sin batuta, podio o partitura y "Ah! pérfido" donde brilló la soprano sueca.