Gran éxito de la representación, en la tarde-noche de ayer, de "La Bohème", de Puccini, dentro de la LXVIII Temporada de Ópera del teatro Campoamor de Oviedo. El público aplaudió al terminar durante seis minutos y catorce segundos, una ovación muy larga para los usos habituales de la primera función. El público se emocionó con el drama humano y el arte. Sobresalió la actuación del tenor Giorgio Berrugi, en el papel de Rodolfo. Las próximas funciones, mañana y los días 4, 5 y 6. Hoy se cumplen 120 años del estreno de "La Bohème".

Último título del ciclo carbayón para una producción de la propia Ópera de Oviedo, ya conocida. Es la tercera ocasión que se ofrece. La magia de Emilio Sagi, director de escena ovetense, sigue fresca y viva. La calidad y sabiduría de Marzio Conti, director de orquesta florentino, ahora titular de Oviedo Filarmonía, se dejó notar. No en balde es de la tierra de Puccini. El recuerdo del escenógrafo ovetense Julio Galán, fallecido en 2003, estuvo presente durante toda la función porque sencillamente su trabajo entraba por los ojos.

"Che gelida manina" y el teatro se vino abajo de aplausos y bravos. Excelente el tenor Giorgio Berrugi en esa presentación, con todos los riesgos, como Rodolfo, el poeta que vive de vivir. Y deja vivir, que tal es la honda filosofía de la obra. La espartana buhardilla y el frío, que en las escenas anteriores había atacado a los cuatro bohemios que allí habitan y quizá trabajan, enmarcan la escena de la que surge un nuevo amor como sublimación de mil calamidades. Y la réplica a Rodolfo la dio Mimì, encarnada por la soprano Erika Grimaldi al cantar, también de forma maravillosa, "Mi chiamano Mimì", que muestra la dulzura cándida de la chica, que en realidad es una gran estratega al menos en cuestiones del corazón.

Y después, el dúo final, tras una larga escena, "O soave fanciulla", de una belleza deslumbrante, que los dos cantantes ofrecieron con una enorme calidad y el respetable volvió a recompensar.

Sagi demostró su maestría en el complejísimo segundo acto, al menos desde el punto de vista escénico. Una muchedumbre de muy distinto pelaje se mueve sobre las tablas con rapidez, sentido, gracia y eficacia. Musetta, que no es un pendón desorejado, como se la suele pintar en el Campoamor, según comentó hace unos días críticamente el propio Sagi, se hace con la manija, encarnada por la soprano Carmen Romeu: excelente cantante y gran actriz que ofreció unos momentos gloriosos vocal y gestualmente. El pueblo parisino agita revoluciones, pero sobre todo juergas. Muy bien el Coro de la Ópera de Oviedo y el coro infantil de la Escuela de Música Divertimento.

Las cañas se vuelven lanzas. Una escena desoladora. En el fielato de París, nieva y todo es frío y ruptura. Mimì busca a Rodolfo, que, ciego de celos, ha desaparecido. Musetta y su novio, Marcello, rol para el barítono Damiano Salerno -muy bien-, tampoco se entienden. Doble ruptura en un cuarteto desgarrador y asimétrico: dos se separan con dulzura, y los otros dos, rabiosos. La enfermedad de Mimì es evidente, aunque Rodolfo no se entera de nada.

Vuelta a la buhardilla del amor, ahora ya en las coordenadas de la muerte. Los bohemios se divierten y se sacian con unos arenques que, en su situación límite, son manjar. Aparece Mimì, que apenas se mantiene en pie. Canta "Seil il mio amore". Rodolfo la abraza, pero no es consciente del trance final. Regresan los temas del cortejo auroral y la parca se lleva todo por delante.