Eligió bien, sin duda. El oboísta Juan Ferriol había preparado más de 60 cañas para el concierto de ayer, listas para escoger la definitiva quizá sólo una hora antes de la cita -en función de la temperatura, la humedad y otras variables- y, a juzgar por el resultado, acertó. El concierto en do mayor de Haydn fue en su interpretación sencillamente formidable, muy compenetrado con la orquesta, su OSPA, y con la inteligente y sutil dirección del maestro Perry So, que conoce a fondo la formación y también jugaba en casa. El público del auditorio de Oviedo aplaudió entre bravos y sumando las ovaciones de la propina -"Oblivion", de Piazzola- durante más de cuatro minutos.

Ferriol acató con brío y elegancia el primer movimiento, clave en la exposición de toda la obra y que marca el gusto y la trascendencia de la exquisita música de Haydn aun cuando la autoría sea discutida. La mano es magistral. El oboísta principal de la OSPA desplegó toda su capacidad lírica en el segundo tiempo y después, en el rondó final, desplegó entre agilidades la alegría de vivir que le caracteriza.

La velada se abrió con la suite "Les boréades", de Rameau -según un arreglo del maestro So: tambor, clave, pífanos- una obra tan bonita como honda que la sinfónica asturiana desarrolló con calidad y gusto.

Tras el descanso, caza mayor: la tercera de Beethoven que el maestro Perry So condujo con la energía y detalle necesarios desde el complejo y rompedor primer tiempo, quizá demasiado rápido. La marcha fúnebre fue, claro, elegiaca y, más allá, también viva por su potencia expresiva. Muy bien ahí el oboísta Juan Romero. Y excelente asimismo el scherzo, con el maravilloso trío y como remate una suerte de ballet que refresca de tanta intensidad y llama a la victoria en cualquiera de las dimensiones. De nuevo se repitieron las ovaciones de un público entregado que aplaudió durante casi cuatro minutos.