Arrancó con "Phaethon, para gran orquesta" una obra deslumbrante de Rouse, estrenada en 1986 para los festejos del bicentenario de EE UU y desde ahí todo fue extraordinario hasta casi las diez y media de la noche, cuando la National Symphony Orchestra (NSO) de Washington cerró la velada en el Auditorio de Oviedo, siempre de la mano del maestro Cristoph Eschenbach y con la colaboración estelar del violonchelista Daniel Müller-Schott.

La pieza de Rouse es ciertamente para una orquesta gigantesca. Incluye seis trompas nada menos y una percusión tan extensa como activa. Impresiona y arrebata desde el primer compás y el público premió la labor de todos con un minuto y 15 segundos de aplausos. Y después de una obra apenas conocida el archifamoso concierto para violonchelo de Dvorak que a pesar de su recurrencia en las salas de conciertos lejos de cansar cada día parece mejor. Daniel Müller-Schott estuvo espléndido. Cantó y cantó con la infinita melancolía de la partitura y la energía también escrita que a veces parece no tener límites. El maestro Eschenbach dejó que se le oyese incluso en esos pasajes que parece imposible que el chelo no quede eclipsado. Calidad a raudales, no en vano el solista ganó el concurso Chaikovski para jóvenes. Dos minutos y 10 segundos de ovaciones y bravos y tras la propina de Ravel otro minuto y medio. Después, la monumental transcripción para orquesta de un cuarteto con piano de Brahms realizada por Schoenberg. Magnífica interpretación. Con la propina, la "Danza de los comediantes" de Smetana, cinco minutos y diez segundos de aplausos.