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La maldición de las ondas gravitacionales

La búsqueda de las vibraciones del espacio-tiempo que predijo Einstein hace un siglo tuvo sus episodios negros: provocó anuncios precipitados y hundió la carrera científica de Joseph Weber, el primero que inició la caza de estas "voces" interestelares

Joseph Weber, con uno de sus cilindros. UNIVERSIDAD DE MARYLAND

Las ondas gravitacionales tienen su leyenda negra. Las vibraciones del espacio-tiempo, que Einstein predijo hace cien años y cuya detección fue anunciada el pasado jueves por los responsables del experimento LIGO, han sido un campo de investigación escurridizo. La solidez teórica de su existencia y el prestigio indudable que otorgaba su hallazgo dio lugar a sonoros errores, como el anuncio precipitado del experimento BICEP-2, que confundió ondas gravitacionales con polvo interestelar. Las ondas de Einstein también hundieron alguna carrera científica.

El físico Joseph Weber (1919-2000) llegó a ser un probable aspirante al premio Nobel, pero acabó por convertirse en un investigador marginal, casi un apestado, mientras insistía en que había logrado cazar las ondas gravitacionales con un sistema de cilindros enormes. Pero nadie más veía ondas gravitacionales donde él aseguraba que se encontraban.

Su historia ha quedado orillada pero en cierto modo fue un pionero, aunque errado, en la investigación que esta semana ha dado pie a uno de los hitos científicos del siglo.

A los pocos meses de elaborar la teoría general de la relatividad, en 1916, Einstein se percató de que podían existir ondas que vibrasen en el espacio-tiempo, transmitiendo energía de un punto a otro. De acuerdo con las ecuaciones, incluso la Tierra debería ir perdiendo energía en sus giros alrededor del Sol, aunque a una tasa tan ridícula que su distancia a la estrella se acorta aproximadamente el tamaño de un protón al día.

La idea de las ondas gravitacionales no fue bien acogida por los científicos contemporáneos a Einstein. Arthur Eddington, una de las pioneras autoridades en la novedosa teoría relativista, las tachaba de inventos surgidos de un error matemático. Tal fue la fuerza de sus argumentos que incluso el propio Einstein dudó de su hallazgo y llegó a remitir un artículo en el que echaba por tierra la existencia de las ondas y que la prestigiosa "Physical Review" rechazó.

A finales de los años cincuenta, la especulación sobre las ondas gravitacionales y la forma de detectarlas volvió a resucitar. Joseph Weber era un ingeniero eléctrico y profesor de la Universidad de Maryland que había decidido doctorarse en Física. John Wheeler, uno de los más reconocidos físicos relativistas, le animó a zambullirse en la teoría de Einstein con una estancia en Europa de un año.

En 1957, en el transcurso de la Conferencia de Chapel Hill, Weber escuchó del físico Hermann Bondi un experimento mental para detectar ondas gravitatorias. Fascinado, se empeñó en construir en Estados Unidos el que sería el primer detector de esas ondas en el mundo.

El experimento de Weber consistía en enormes cilindros de aluminio que permanecían suspendidos; quedaron para siempre bautizados como "barras de Weber". A su alrededor, varios instrumentos muy sensibles detectarían cualquier vibración del cilindro. Además, colocó más cilindros en otro punto, a casi mil kilómetros de su laboratorio en Maryland. De ese modo, si todos vibraban al mismo tiempo tendría que deberse al paso de ondas gravitacionales.

En 1969, Weber estaba en disposición de revelar varias vibraciones coincidentes entre todos los cilindros que no podían ser casualidad. Aún así, mejoró el experimento y desarrolló un programa informático para detectar las coincidencias y desechar el ruido debido a cualquier otra causa que hiciese vibrar los cilindros: desde el paso de un coche hasta una puerta cerrada bruscamente en el edificio. Un año después, Weber aseguraba poder incluso identificar de dónde procedían las ondas que detectaba: del centro de la galaxia.

Su fama se multiplicó, hubo quien le sugirió para recibir el premio de la academia sueca y su hallazgo entusiasmó a la prensa. Incluso Stephen Hawking llegó a sugerir fenómenos gravitatorios violentos que justificasen las medidas tan claras que había encontrado Weber. Sin embargo algo fallaba: no podría ser que un método tan rudimentario percibiese sacudidas tan relevantes que sólo podían deberse a acontecimientos enormes y sobre los que no había ninguna otra evidencia.

Poco a poco la historia de Weber fue desinflándose. En el mundo se construyeron varios laboratorios idénticos a los suyos, pero prácticamente ninguno percibía las señales tan claras que el físico e ingeniero aseguraba haber hallado. Así que Weber empezó a dar excusas: primero que los cilindros de otras partes no eran exactamente iguales a los suyos, que había errores de diseño y finalmente comenzó a ver patrones en los resultados de otros laboratorios que nadie más identificaba. Prácticamente veía ondas gravitacionales por todas partes.

La puntilla la puso un artículo de Richard Garwin en "Physics Today" en el que echaba por tierra el experimento y la metodología de Weber. Entre otras razones, por errores en el programa informático, que determinaba patrones donde no los había. En los albores de los años 80, Weber era ya un olvidado de la Física de primera línea.

Ya entonces comenzaba a gestarse el experimento LIGO, el que finalmente parece haber descubierto las ondas que Einstein predijo. El sistema de detección, basado en la interferencia de dos láseres, parecía muchísimo más fiable que los cilindros de Weber. Los impulsores del proyecto, Reiner Weiss, Ronald Drever y Kip Thorne, tardaron más de veinte años en lograr la autorización del gobierno americano para su construcción por el elevado coste y el recelo a que fuese realmente posible encontrar unas ondas tan sutiles.

Weber fue uno de los principales opositores al proyecto e insistía en que su método era fiable y mucho más barato. Pero casi nadie estaba dispuesto a secundar una posición de un científico tan desacreditado, aunque aún tenía cierto predicamento en el público general.

Joseph Weber murió en el año 2000, cuando LIGO ni siquiera había comenzado a tomar medidas. Quizás hoy habría cuestionado los resultados o los habría aplaudido en el convencimiento de que él, en realidad, ya había sido el primero. Desde luego, aunque fuera de manera equivocada, él había iniciado la caza.

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