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La Vida Buena

Asturias, a fuego lento

Algunos indicadores sitúan a la región entre las comunidades que menos consumen comida rápida; el hábito de cocinar aún se mantiene en muchos hogares

Asturias, a fuego lento

No todos los indicadores altos del consumo son reveladores del progreso, ni los bajos del estancamiento de una sociedad. Algunos asociados a esta última tendencia permiten que nos sintamos, en cierto modo, reconfortados. Por ejemplo, el consumo de comida rápida, que en España empieza a acelerarse y donde Asturias, quizás por un menor estrés productivo, se encuentra afortunadamente a la cola. Digamos que en Asturias todavía se cocina, y los asturianos, junto a navarros, riojanos, valencianos, extremeños y aragoneses, son los habitantes de una comunidad que menos gastan en comida rápida, de acuerdo con el informe realizado por el equipo de investigadores de EAE Business School. Por contra, catalanes, madrileños y canarios son los que se sitúan a la cabeza del consumo. El pico más alto se encuentra en Baleares; un balear casi dobla al que le sigue, un canario, ambos arriba presumiblemente por el elevado gasto en fast food de quienes visitan las islas.

El slow food, sin embargo, tiene que ver con la calidad de vida y la cocina. Cocinar, aunque requiere su tiempo, es la traducción de vivir sin someterse a grandes tensiones. El estómago, además, lo agradece. El truco consiste en comprar como es debido. Elegir bien el producto. Tratarlo con esmero, incluso con cariño. Suavemente y con paciencia. Sin que haya nada más importante en ese momento que lo que estás guisando. Tener un buen cuchillo a mano y un buen fuego. Aprovechar las sobras. Y que después de todo ello se perciba una pequeña sensación de caos doméstico. Por último, hay que tener en cuenta una cosa: no cocinar en casa significa muchas veces resignarse a comer mal. Una de las grandes tragedias españolas es que en los hogares se ha dejado de guisar. Al menos, los indicadores del bajo consumo de comida rápida en Asturias permiten creer que esta región todavía dedica el tiempo que no ocupa en otra cosa en cuidarse como es debido. La rica materia prima ayuda a organizar de manera placentera la alimentación.

Más de una vez he escrito sobre Michael Pollan, periodista autor de varios best seller imprescindibles del género. En su libro "Saber comer", una de las primeras reglas que expone es: "No comas nada que no le pareciera comida a tu bisabuela". Como es natural y el autor indica, si tu bisabuela cocinaba o comía mal se puede cambiar por la abuela de cualquier amigo. Pero el ejemplo ' en pie. No comas lo que a la abuela le horrorizaría. Otro principio innegociable es evitar productos que no tendrías en la nevera y que jamás utilizarías. Propionato de calcio, diglicéridos etoxilados, etcétera. También se deben evitar productos que contengan más de cinco ingredientes. Cuantos más en un alimento envasado mayor es la prueba de su alto grado de procesamiento. La lista de Pollan reproduce una gran porción de exigencia sensata no reñida con el sentido del humor: "Evita productos que afirmen ser saludables", "evita productos con ganchos publicitarios (light, bajo en grasa, reduce el colesterol, etcétera), aunque puede haber excepciones. "Evita alimentos que finjan ser lo que no son", "come sólo alimentos que acabarán pudriéndose", nada que alargue artificialmente la vida es demasiado saludable; "come alimentos hechos con ingredientes que puedas imaginarte crudos", etcétera, etcétera.

Lo fundamental es comer comida, siendo consciente de que no todo lo es aunque a simple vista parezca comestible y lo vendan en un supermercado. Los supermercados, por lo general, son paraísos del fast food. Luego está el famoso proverbio chino: "Comer lo que tiene una pata (setas y vegetales) es mejor que comer lo que tiene dos (aves), que es mejor que comer lo que tiene cuatro (ternera, cerdo y otros mamíferos)"

Como se sabe, las virtudes principales de la buena alimentación están en las verduras, las frutas, el consumo del aceite de oliva como única grasa, y moderadamente del vino. Con el pescado como proteína esencial, el riesgo de sufrir enfermedades coronarias se reduce hasta el punto de que cualquiera en su sano juicio no dudaría por un momento en seguir esa pauta alimentaria. En 2010, la dieta mediterránea, que determina un consumo sano de los alimentos, fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Seguiría guiando nuestras vidas si su precepto moral no se viera torpedeado en la actualidad por la comida rápida y la cocina preelaborada producto de un cambio en los hábitos sociales que últimamente parece acelerarse.

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