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Un camino entre pucheros

Cebollas al calor de la chimenea

La tradición y el trato cordial son dos señas de identidad de la cocina de Marisol Remis en su restaurante, Atalaya, en el pueblo de Torín, en Piloña

Cebollas rellenas de bonito.

El mes de febrero se despide en esta sección al calor de la chimenea. Sin duda es gratificante sentir el crepitar de la leña en el fuego, además de librarnos del frío y la lluvia del exterior. Las chimeneas, en general, tienen el poder de hacernos sentir un poco mejor; más sosegados, tal vez, y, al tiempo, hipnotizados con los movimientos de las llamas, que por un momento nos hacen olvidarnos del reloj. Estas sensaciones son un mero ejemplo de otras buenas que transmite el restaurante, antaño casa familiar, que atiende y dirige desde hace unos años Marisol Remis Zarabozo, en la zona más alta del pueblo de Torín, en Piloña, y que se llama Atalaya, al cual se llega por una carreterina estrecha en sus últimos dos kilómetros que se recorre sin problemas.

Cuenta esta mujer que ha dedicado prácticamente toda su vida a trabajar en la hostelería, que el restaurante se levanta hoy en la casa donde nació, propiedad de sus padres, Feli Zarabozo y Avelino Remis, para cuya apertura como tal se sometió a una intensa rehabilitación. El caso de Marisol, que como ella cuenta con orgullo ya a los 15 años trabajaba limpiando en un restaurante, es el de una persona que a lo largo de todos estos años ha luchado duro por llegar a donde está tras más de 27 años trabajando en hostelería en Gijón, tanto en cocina como en barra y comedor. Hoy es, sin duda, no sólo una mujer segura de lo que ofrece a sus clientes, sino también una guisandera asturiana que sabe combinar los platos más tradicionales, pero a la vez con un toque personal que los identifica como suyos sin que pierdan un ápice de su esencia.

El establecimiento está lleno de pequeños detalles: unas madreñas azules en la pared, un xugu para uncir las vacas, un pequeño pájaro posado sobre un nido cuidando sus huevos, velas blancas y madera, mucha madera en techo y suelo.

En un precioso comedor, pequeño y coqueto, de tonalidades verdes y grandes ventanales que se asoman sobre una inmensidad de paisaje donde se impone el Sueve, sirve algunas de sus especialidades. No tiene menú. En su carta tiene platos para todos los gustos. Entre algunas de sus especialidades están las cebollas rellenas de bonito, el hígado encebollado, el rabo de toro, los callos, los tortos con picadillo, el pitu caleya o la fabada asturiana. Luego también se pueden pedir sus croquetas variadas, sopa de marisco, pastel de cabracho, ensalada mixta, callos, ternera asada, entrecot de ternera al cabrales o bacalao a la vizcaína. En marzo también servirá menestra, de la que también tiene fama, y cuyos ingredientes son todos de su propia huerta. Entre los postres, triunfan la tarta de manzana, la de avellana, los frixuelos, la leche frita, las natillas y el arroz con leche, todos caseros.

El restaurante Atalaya sólo abre el fin de semana, de viernes a domingo inclusive. La capacidad es para unas 24 personas, por lo que resulta necesario llamar y reservar en el 661549149. Tiene aparcamiento. No dobla mesas. Su máxima no sólo es que el cliente coma bien sino que se quede todo el tiempo que quiera, disfrutando de su casa y del momento. Una sensación de calidez que se agradece y que transmite perfectamente quien lo regenta.

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