"Mis personajes de la serie Bily Conejo, que se expone estos días en la Universidad, no son perversos, malvados, macarras o sinvergüenzas; son gente normal que se vio de pronto en la marginalidad". Así explicó ayer su obra el artista plástico asturiano José Legazpi que mantuvo un encuentro en el Aula Magna con los estudiantes del último curso del grado de Historia del Arte que han colaborado en la muestra pensada como un proyecto expositivo y didáctico. En la mesa, Legazpi, con Marisol Álvarez y seis alumnos. Entre el público, el resto del curso con la profesora Ana Fernández. María José García Salgado, directora del área de Extensión Universitaria, abrió la sesión mostrando la satisfacción que producía al alma mater el experimento didáctico entorno a Legazpi, creador de la estelas que acompañan al galardón de Asturiano del Mes de LA NUEVA ESPAÑA.

Marisol Álvarez afirmó, después, que Legazpi desafía los estándares del arte asturiano de las últimas décadas con su lenguaje figurativo, preocupado por el hombre y su circunstancia. Comentó que los cuadros de la serie Bily Conejo son descarnados y ambivalentes.

Y llegó el turno de Legazpi. Renunció a expresar su ideario -aunque, como dijo después la profesora Álvarez, quedó muy claro en sus palabras- y desplegó una lección de veinte minutos sobre la autonomía del arte desde Platón que, dijo, consideraba que los artistas eran artesanos al servicio de determinados intereses hasta la posmodernidad y su críticas a las vanguardias históricas. Dijo que la revolución llegó con el romanticismo y su afirmación del yo; recordó que Adorno consideraba que la industria cultural es la más refinada forma de dominación y comentó que la marca es ahora el fetiche, una moneda de cambio. Puso el acento en el papel del receptor y afirmó que la autonomía del arte es un desideratum positivo pero imposible de alcanzar plenamente.

Los estudiantes desde la mesa o desde la sala y con ellos el público en general se lanzaron a preguntas y aseveraciones que recibieron respuestas improvisadas -aunque sin duda apoyadas en una larga reflexión- del artista plástico. "Ni doy soluciones ni predico; solo reflexiono sobre la condición humana" espetó cuanto le etiquetaron de artista socia . "No, el discurso social me lo colocan los críticos" añadió.

Su curso creativo, indicó, parte de una intención que después adquiere un carácter plástico y finalmente "la obra me deja de interesar, casi me molesta e incluso, por eso, la regalo. La recepción no corre de mi cuenta".

Acorralado de nuevo en torno las perspectivas sociales afirmó que "los pobres cada vez tienen menos resortes. Se les niega el acceso a la cultura. Parece que para tener futuro hay que tener dinero". No ahorró bromas picantes sobre los desnudos del body painting o de algunas performances.

Legazpi explicó la génesis de la serie Bily Conejo. Frecuentaba el puerto de San Juan de Nieva, hace al menos 40 años, para hacerse con resinas y otros materiales. Vio allí y entonces a distintos personajes que décadas después llevó a sus cuadros. "La tipología que elegí es correcta, responde a lo tipos, no está alterara por líneas expresionistas" explicó. Y de vuelta al discurso social respondió a un estudiante: "no me considero social pero tú sí me puedes considerar social porque la obra no se termina en el taller si no en el receptor. Hay que entenderlo, sin receptor no se merma la bondad de la obra pero se merma el hecho artístico".

Un alumno sugirió que debería ser más agresivo en sus obras, a lo que el artista respondió que, en todo caso, "mis posibilidades de influencia son muy limitadas. Los mercados promocionan. No hay plataforma para el arte salvo los mercados. No importa que el producto sea bueno o malo, se vende como marca. Los museos validan lo que sea, aunque sea pura nada, y lo convierten en moneda de cambio".