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Escapadas

El lugar donde se solazan las xanas

Se necesitan unas seis horas de ida y vuelta para disfrutar de los rincones del desfiladero entre Villanueva y Pedroveya

Arriba, una caminante en el primer tramo del desfiladero; sobre estas líneas, puente sobre el arroyo Viescas, en la zona alta de la ruta. MARIOLA RIERA

Las xanas, las hadas asturianas, suelen habitar en zonas donde hay agua cristalina, pura y en constante movimiento. Así las cosas no es raro que uno de los lugares donde hayan decidido instalarse sea en el desfiladero que lleva su nombre y que cruza por los concejos de Proaza y Santo Adriano. La verdad es que nadie que se sepa ha visto a estos seres mitológicos, y eso que son miles las personas que al año pasean por una ruta que acaba de cumplir 30 años (fue inaugurada como tal en 1985) y en 2002 fue declarada Monumento Natural.

No cuesta trabajo imaginarse a las bellas hadas sentadas a la orilla del río Viescas, bañándose o peinándose, en alguno de los guapos rincones que ofrece el sendero. El arroyo, también llamado de las Xanas, desciende con fuerza hasta enlazar con el Trubia cerca de Villanueva, pero antes deja estampas realmente guapas, con lugares ideales para comer o darse un baño (si es verano) entre encinas, fresnos, avellanos o hayas, disfrutando únicamente del ruido del agua al caer.

Todo esto, en la segunda parte de la ruta, porque en la primera (partiendo de Villanueva) hay zonas en las que apenas se divisa el río desde el alto de los acantilados, en algunos casos, a más de 80 metros de altura.

Porque el desfiladero de las Xanas como su nombre indica es una garganta tallada por el hombre en la roca caliza, con el objetivo de comunicar los pueblos de arriba (Pedroveya, entre ellos) con los valles del Trubia y su carretera hacia Oviedo. El proyecto fracasó pero el sendero quedó hecho. Durante tres cuartos de hora más o menos se asciende por un camino de piedra, junto a la montaña y que gana poco a poco altura con zonas de acusado desnivel. Es momento de disfrutar del paisaje y del silencio, pero también de ir atento al suelo para evitar tropezones indeseables o al cielo, por si cayera alguna piedra. De repente, al doblar la esquina, el sendero se iguala a la altura del río y comienza el paseo entre abundante vegetación. Así sigue hasta el final de la ruta, en la ermita de San Antonio, en Pedroveya, donde para llegar hay que afrontar la parte más dura, con un acusado desnivel, aunque de poca longitud. En total, son poco más de 3 kilómetros de subida y lo mismo de bajada. Es fácil y accesible para todo el mundo (no hace falta estar entrenado), aunque en la zona del acantilado es posible sufrir algo de vértigo.

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