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JOAN FONT | Líder de "Els Comediants", dirige el sábado la entrega de los Premios Líricos

"La gala del Campoamor será un canto a la libertad, el placer y los encuentros"

"Defiendo la cultura catalana, las rupturas me duelen; antes habrá que intentar algo, pero hay poco margen de maniobra"

Joan Font, ayer, delante del teatro Campoamor de Oviedo. FERNANDO RODRÍGUEZ

El director de escena barcelonés Joan Font es el alma de "Els Comediants". Dirige la gala de los Premios Líricos Teatro Campoamor que este año llegan a su décima edición. La cita es el sábado, a las nueve de la noche, en el coliseo carbayón.

-¿Cómo enfoca la gala?

-Me gusta mucho crear. Y crear una gala, efímera, siempre me ha interesado. He hecho mil. Cuando me propusieron ésta lo tenía muy justo. Estreno en Florencia, en el teatro nuevo. Salí del ensayo general, me disculpé por no poder estar en el estreno. Me planteo hacer una fiesta en el Campoamor a los 10 años de los premios. Será un canto a la libertad, el placer y los encuentros. Haremos dos historias, la acción real y la ficción, propia de nuestro arte.

-¿Cómo?

-A un pastelero, Jacinto Rama, de toda la vida de Oviedo, le propuse hacer un pastel mientras nosotros montamos la ficción. Es un leit motiv. El placer de la comida y la bebida y el placer del espectáculo van unidos. Una reflexión sobre los placeres de la vida ahora que es todo tan duro y algunos dicen no a las fiestas en estas circunstancias. Pero lo uno no quita lo otro. Cuando gana el Oviedo se harán fiestas digo yo. Y en el cumpleaños de un familar la gente se reúne y abre una botella de cava. Cada cual hace lo que puede pero lo hace. Reivindico la fiesta. Propuse un obrador para hacer un pastel y nosotros celebrando los diez años y entregando los premios.

-¿Y el movimiento de escena?

-La magia de los premios está en cómo aparecen. Sale alguien y se le entrega. Pero también puede verse como sorpresa, con el público casi adivinando cómo va a entrar en escena cada cual. Habrá, asimismo, una actuación en el vestíbulo o en la calle.

-La calle es su espacio.

-Hacía cosas en la calle para acercar a la gente y emocionar al transeúnte. Y preguntaba a qué sitio deberíamos ir. Nos proponían museos. En Barcelona, la parte del Raval. Pues bien, hacemos ahí el espectáculo y así entra la gente. Participa. Hay un deber de informar sobre lo que se hace. Y una vez que entran y lo pillan se convierte en una droga y ya no lo pueden dejar. Eso nos pasa a todos en otras muchas historias. Pruebas una seta y ¡ah, que buena tío, nunca lo habría supuesto! Hay que abrir siempre puertas y ventanas para que pase el aire. La gala es un espectáculo. Es un todo. Debe ser divertida, muy dinámica, que la gente lo pase muy bien y no se de cuenta que está en una entrega de premios si no en una experiencia conjunta.

-Usted cada vez hace más ópera.

-Sí, así es. Pura lógica. Cuando me propusieron la primera ópera, "La flauta mágica", de Mozart, me llegó por varios caminos. Eso ocurre mucho en nuestro arte. En Perelada, en París también me propusieron esa ópera, y otra más en el Liceo. Había pactado la de Perelada. El Liceo, después. Lo comenté en Perelada, les pareció bien con la condición que hiciese otra obra al año siguiente allí, Fue "Orfeo y Eurídice". En los ensayos me decían que estaba muy tranquilo. Lo normal es vivirlo todo con mucha presión entre los coros, la orquestas, los cantantes, los figurantes... comenté que venía de hacer las Olimpiadas, con más de mil personas y en la Expo, 300 personas cada día durante un año. La ópera es para mi casi un pequeño formato. Se reían. He trabajado en sitios más difíciles y grandes. En la Pedrera de Barcelona estuve cien días haciendo un espectáculo a las 12, como un ritual. Eso da experiencia. Si llueve o hace viento lo afrontas. Mi lenguaje además abre en la ópera un camino entre lo real y lo imaginario.

-Por ejemplo.

-Vengo de hacer una gira en EE UU. Llevo tres años yendo allí a todos los teatros. No soy farolero pero la verdad es que la gente al final chilla y chilla entre ovaciones. Tienen toda la tecnología del mundo, como se ve en los musicales, pero la artesanía medio barroca que utilizamos les fascina. Se ponen a mil.

-¿La magia de lo sencillo?

-Perdemos por estupidez una parte del ser humano. Hacemos restas en vez de sumas. Cuando eres joven te dicen que nada de niñerías. Y así todo. Lo bonito es, siendo mayor, tener parte de niño con ilusión y emociones, con el desparpajo y la insensatez de los 17 años. Un niño no sabe lo que es la quinta de Beethoven pero le gusta en su lectura primaria. Me dicen que sigo a Mondrian y Miró. Claro, soy de ahí, del Mediterráneo, pero un niño no sabe quién es Miró y le gusta igual. Los espectadores deben tener niveles de lectura. Así es como en la ópera se pilla a los nuevos públicos. Con coro, sesenta músicos, cantantes a voz, con esa forma tan extraña... mi hija, de pequeña, me decía ¿por qué cantan así? ¿qué les pasa? Ahora le encanta. Óperas para todos los públicos. Familiares. La última que hice fue sobre "L'elisir d'amore" con las arias clásicas y cosas más contemporáneas. La idea es que se trata de un ensayo y en medio ocurren cosas. Es algo muy bonito.

-Usted no moraliza.

-Cada uno se tiene que hacer su moral. Mi "Cenerentola", de Rossini, que arrasa en EE UU, termina en 13 segundos con una coda musical. Ves la boda del Príncipe con Cenicienta y en esos 13 segundos desparece todo y aparece la Cenicienta barriendo el confeti de su propia fiesta. La gente queda parada. ¿Es un sueño? ¿es un realidad? La estrené en Houston con la DiDonato, nos hicimos amigos para toda la vida. Hubo un silencio y al momento una ovación enorme del público en gala de estreno.

-Cambio de tercio. ¿Cómo ve la situación de Cataluña?

-Ha habido un despropósito general. Madrid no ha respondido a nuestras demandas. Bastaba parar y hablar. Muy sencillo. Pero todo se complica por desidia. Y de ahí todo va a los extremos. Reconvertirlo es difícil. Defiendo la cultura catalana pero las rupturas me duelen. Antes habrá que intentar algo. Pero hay poco margen de maniobra.

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