Un católico subirá a los altares, básicamente, si ha vivido en "grado heroico" las virtudes cristianas (las teologales: fe, esperanza y caridad; y las cardinales: prudencia, fortaleza, justicia y templanza), y si por su intercesión se ha producido un milagro (no necesario para los mártires). Sin embargo, ni el más santo entre los santos alcanzará tal rango canónico si en la práctica no concurren factores eminentemente prácticos, a saber: haber dejado escritos (diarios, cartas, meditaciones, etcétera); o haber fundado una influyente congregación o un próspero instituto de fieles; o que alguien promueva su causa de santidad; o que a ésta se destinen numerosos esfuerzos (de la congregación); o que una nutrida bolsa de dinero (recabado por la congregación), soporte los prolongados e intrincados procesos, el diocesano y el romano. Algún comentarista ha acuñado incluso el concepto de "turbosantidad" para referirse a la rapidez de procesos como el de San Josemaría Escrivá, con todos los recursos del Opus Dei detrás, o de San Juan Pablo II, respaldado por todo el aparato del Vaticano.

Pero, ¿y si la declaración de santidad -su agilidad, al menos-, dependiera del monto de los esfuerzos y, en consecuencia, del dinero arrimado? ¿Y si el justo entre los justos ha pertenecido a una congregación poco apreciada por Roma, o a ninguna, o a una pobre? ¿Y si, en el caso contrario, la robusta bolsa de las monedas estuviese sometida a movimientos no tan santos como los del venerable cuya causa sostienen?

Cierto hormigueo recorre la conciencia del Vaticano acerca de las cuestiones dinerarias de la santidad, cuyos procesos pueden atraer grandes cantidades de recursos fuera de control ya que el dicasterio vaticano encargado de los trámites, la Congregación para las Causas de los Santos, "no ha publicado jamás las cuentas de una beatificación o de una canonización", según aseguraba en el libro "La fabricación de los santos" ("Making Saints", 1996), el periodista Kenneth L. Woodward, editor de Religión durante 38 años en la revista "Newsweek".

Woodward agregaba que "a cada postulador -responsable de la causa- se le exige llevar las cuentas exactas de los gastos que ocasionan el proceso, pero los funcionarios del Vaticano, como la mayoría de los italianos, antes preferirían hablar de sexo que de dinero".

Sin embargo, el Papa Francisco acaba de promulgar un "rescriptum" con 23 normas que garanticen la transparencia y la rendición de cuentas ante dicha Congregación. Entre otras prescripciones, se ordena la designación de un administrador que lleve preciso registro de las entradas de dinero (por ejemplo, donaciones de personas físicas o jurídicas), y de los gastos; además, ha de elaborar un presupuesto anual y presentar los correspondientes balances.

La vigilancia de los dineros se extiende también al obispo titular de la diócesis en la que falleció el candidato a la santidad, o al superior de la congregación o instituto al que perteneció. Y en caso de abusos de naturaleza administrativa o financiera "la Congregación para las Causas de los Santos interviene disciplinariamente", añaden las reglas, una de las cuales establece que los fondos sobrantes de una causa deben traspasarse a un fondo de solidaridad que se utilice en procesos con pocos recursos. Por último, nada del dinero destinado a una santificación puede encomendarse a otros fines colaterales sin permiso de la referida Congregación.

Parte de estas normas de control ya habían sido dictadas en 1983 por el Papa Juan Pablo II, que a la vez eliminó -después de seis siglos de existencia-, el "abogado del diablo", el encargado de cuestionar a fondo la santidad del candidato. Esa supresión aceleraba los procesos, pero las directrices económicas no prendieron, ya que en los asuntos internos del Vaticano tiende a predominar la indiferencia de la Curia sobre la voluntad de los pontífices. Pero ya al comienzo de su pontificado, el Papa Bergoglio había encargado una profunda auditoría de las cuentas del Vaticano. Documentos de esa comisión indagatoria acabaron siendo filtrados por el sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda y la laica italiana Francesca Chaouqui a los periodistas italianos Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi, cuyos libros ("Vía Crucis" y "Avaricia", respectivamente), revolvieron, entre otras, las aguas de los dineros de la santidad y certificaron que en las causas se llega a mover abundante dinero sin registro contable alguno (Balda, Chaouqui, Nuzzi y Fittipaldi están siendo juzgados en la actualidad en la Santa Sede).

En otros casos, los procesos han alcanzado cifras muy elevadas. Por ejemplo, la beatificación en 2007 de Antonio Rosmini, sacerdote y filósofo italiano (1797-1855), llegó a los 750.000 euros. La mitad de esa cifra se consumió en la apoteosis final, es decir, la ceremonia de beatificación en la plaza San Pedro del Vaticano (invitados, viajes, flores, médicos y enfermeras, libreto conmemorativo, donativos, publicidad, etcétera). Otro dato de las filtraciones se refiere a una congregación de Palma de Mallorca, que en su día envió 482.693 euros al IOR (Instituto para las Obras de Religión, el "banco vaticano"), para la beatificación de Franciscana Cirer (1781-1855).

No obstante, tan altos costes comenzaron a ser debilitados desde que a principios de 2014 la Congregación para las Causas de los Santos estableció una lista de tarifas como referencia para las distintas fases del proceso.

Pero hasta entonces poner una causa de santidad en la parrilla de salida suponía consignar entre 20.000 y 50.000 euros, anotaron Nuzzi y Fittipaldi, que calculan el coste medio de los procesos en 500.000 euros. Pero para obtener la debida perspectiva, esta cifra ha de ser multiplicada por el número de causas en marcha, que en la actualidad rondan las 2.500 (en el pasado, Juan Pablo II declaró durante su pontificado 1.338 beatos y 482 santos, el mayor volumen de la historia; en tres años de papado, Francisco ha celebrado 23 canonizaciones).

Por tanto, como decía el judío Shlomo Hillel: "A más carne, más gusanos...".

Por ejemplo, los documentos filtrados han señalado a un postulador de causas que a la vez es propietario de un negocio de reprografía. La coincidencia no es puñalada de pícaro. En el citado libro, Woodward refería estos datos en 1996: "La impresión y encuadernación de una 'positio' de mil quinientas páginas, que es la extensión media, cuestan unos 13.000 dólares para una tirada aproximada de cien ejemplares. Las 'positio' sobre milagros suelen ser más breves y cuestan unos cuatro mil dólares. La impresión de los documentos no la realiza el Vaticano ni se adjudica en subasta pública. Todos los documentos los imprime una sola empresa, Tipographia Guerra, Piazza de Porta Maggiore, 2, Roma. Un decreto reciente del Vaticano, que permite el uso de fotocopias, ha reducido en cierto grado esos gastos".

"Positio" es el nombre técnico de los informes que recogen toda la documentación sobre el candidato: su biografía, sus escritos, los testimonios de quienes le conocieron, las circunstancias del milagro, etcétera. De la cantidad de papel que mueve una canonización dan idea las cifras del proceso de canonización de Escrivá: seis años de proceso con 980 sesiones y declaraciones testificales recogidas en 22 volúmenes y 11.000 páginas; 11 volúmenes de información histórica, más 5 de documentos extra; "positio" de 4 volúmenes y 6. 000 páginas; un tomo de 1.000 páginas para analizar cada virtud cristiana del candidato; 71 volúmenes y 13.000 páginas de obras propias; etcétera.