Hace diez millones de años, la Tierra soportó otro cambio climático. Pero en vez de un calentamiento, fue un enfriamiento. Ahora la historia se repite al revés y todo por las variaciones de CO2 en la atmósfera. Las algas, que necesitan de este compuesto para hacer la fotosíntesis, son fieles indicadores de estos cambios. La geóloga Heather Stoll asegura que las conchas que recubren sus células varían su composición química en función de si hay en el ambiente más o menos dióxido de carbono. Stoll invita por tanto a hacer "psicología con las algas" para predecir el futuro. Su comportamiento interno da pistas: a finales de este siglo, nuestro planeta podría recuperar el clima del pasado. Eso sí, poniendo patas arriba a la madre naturaleza. Sólo hay que echar la vista atrás y comprobar que hace diez millones de años el pingüino abundaba en África y el cocodrilo en Groenlandia. Lo que pueda pasar a partir de ahora está por ver. Pero las algas no paran de hablar.

Con esta reflexión inauguró la estadounidense afincada en la región Heather Stoll la Semana de Biología Marina, organizada por la Universidad de Oviedo, con el fin de dar a conocer el trabajo que desempeña el Observatorio Marino de Asturias. La investigadora explicó cómo los sistemas tradicionales de análisis de las concentraciones de CO2 no captaron durante años sus variaciones por "no pensar como una alga". De esta forma, no se podía demostrar que el efecto invernadero era, y es, el causante del cambio climático. "Se pensaba que las células de las algas eran pasivas, que se dejaban morir. Pero no lo son en absoluto: si tienen poco dióxido de carbono, son listas y buscan una fuente de alimento alternativa, como lo haríamos nosotros", detalló ante una treintena de biólogos.

Dicho con palabras más técnicas, "desarrollan mecanismos mediante los cuales emplean y transportan recursos de carbono extra más abundantes en el océano, como el bicarbonato sódico", para compensar el déficit de CO2 que hay -hoy en día ya no- en la atmósfera.

Partiendo de esta base, los científicos del Observatorio Marino de Asturias han podido comprobar que las conchas fósiles que rodean a las células de las algas se hacen más delgadas y menos fuertes cuando hay limitaciones de dióxido de carbono. Ahora, con las industrias echando humo sin parar, sucede justo lo contrario. Hay sequías y la temperatura global está en aumento. Tras los estudios realizados por la Universidad de Oviedo ya se puede confirmar que efectivamente los culpables de esta transformación son los gases de efecto invernadero.