A Federico Granell (Cangas del Narcea, 1974), uno de los jóvenes artistas asturianos menos intercambiables, le gusta que sus exposiciones estén bien abrochadas sobre una historia, un relato del que deriva la construcción de personajes y escenarios a los que va dando forma. Está acreditada su versatilidad para desplegarse en distintas técnicas y soportes: el dibujo y la pintura, por supuesto, pero también las instalaciones o el vídeo. Él mismo admite que es un pintor fascinado por literatura y el cine. "Creo que eso se nota", dice. Así que una exposición suya requiere por parte del espectador una cierta suspensión de la incredulidad, tal y como pedía Coleridge. Fe poética, en fin. La receta es recomendable para ver "La vida imaginada", la última muestra del pintor. Ocupa las cuatro salas de la galería Gema Llamazares, en Gijón, y se inauguró ayer. Asegura su autor: "Lo difícil es enamorarse de una idea, completa y unitaria, y luego desarrollarla". Se declara "contento" con el resultado.

El álbum y el hilo. Granell, licenciado en Bellas Arte por Salamanca, es un paseante atento. En París dio con un viejo álbum de fotos, pero sin imágenes. Un objeto encontrado que ahora ocupa una mesa, en el primer altillo de la galería gijonesa, y que es el hilo conductor de "La vida imaginada". Pocas referencias: palabras alemanas y un par de fechas que van desde el verano de 1935 a 1937. "Me pareció muy sugerente por coincidir con los años de entreguerras y las Olimpiadas de Berlín de 1936; ahí estaba la vida de una familia que hacía bastantes fotos", relata el pintor.

La familia de Hans. Un álbum de fotos sin fotos. Así que Granell ha ido dibujándolas ("mi punto de partida es siempre el dibujo"), imaginándose a esa familia en una Alemania ya bajo la férula del canciller imperial Adolf Hitler, el "pintor de brocha gorda" para Brecht: "Puede ser una familia nazi, o de judíos, o gente que vive en el campo apartados de todo. Hay dos niños varores y una amiga, pero el único personaje que tiene nombre es Hans, que es el protagonista". Hans aparece en uno de los lienzos de la exposición, junto a esa amiga, y sostiene en su mano un balón que es una calavera. Ahí está uno de los rasgos estilisticos de Granell, un pintor figurativo que deja abierta siempre la puerta de la inquietud.

La historia y el olvido. Para Granell, la clave de esta nueva exposición está en el ejercicio de la memoria contra los arañazos del tiempo: "Para salvar ese álbum del olvido me he inventado esta historia y la exposición; todo tiene que ver con el tiempo y con las nieblas del pasado".

Loza de San Claudio. La historia de esa familia de "La vida imaginada" -las imágenes de esa ficción- está contada aquí desde distintos soportes: lienzos de una rara serenidad cromática en los que Granell vuelve a dar entrada a la figura humana, una característica de su obra; y también instalaciones en las que vemos a Hans entre relojes, o vieja loza asturiana de San Claudio -también tablas rescatadas de la vieja fábrica ovetense- en la que el artista ha proseguido la recuperación de esa historia que ha debido inventarse para dar un sentido al enigmático álbum parisino. "Me parece importante trabajar con todos estos materiales, no sólo con los lienzos. La anterior exposición, en Madrid, era ya sobre casas abandonadas de indianos; no me gusta romper y sí que haya conexiones entre todo lo que hago", confiesa el pintor.

Contra el aburrimiento. "Si yo no me aburro es posible que, quien vea mi obra, tampoco". Primer principio del credo de Granell, un apasionado de las telas de Vermeer o de Hopper: "Los personajes humanizan los cuadros y permiten crear historias". ¿Hans ha llegado para quedarse?