Jaume Ripoll habla más rápido que los personajes que escribe el guionista Aaron Sorkin. El cofundador de Filmin, el portal de internet que se ha convertido en la referencia en España para ver cine independiente (800.000 visitas al mes), participó ayer en la V Semana Cultural de la Facultad de Filosofía y Letras, que este año se ha trasladado a las renovadas instalaciones del Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Las jornadas están dedicadas a explorar cómo y cuánto ha cambiado la creación en la era digital. Ripoll, con un discurso apretadísimo y ocurrente, habló de lo que más le gusta: el cine. Un arte centenario que vive una revolución con muchos caminos posibles. "Hace veinte años era impensable que un chaval desde su casa lograse un éxito mundial, y ahora eso es posible". A partir de ahí fue hilando rápido muy rápido su discurso.

Siguiendo el espíritu de estas jornadas, que son diálogos con profesores de la Facultad, Ripoll fue respondiendo a las preguntas de Vidal de la Madrid, profesor de Historia del Cine. Una de ellas lo condujo a explicar si el cine está en trance de desaparición por el uso de los móviles, de las tabletas y de los ordenadores como pantallas sustitutas de la "pantalla grande". Ripoll aseguró: "Uno no es menos cinéfilo si ve las películas en un ordenador. Nuestra generación se crió con copias mutiladas, en VHS, y así desarrollamos nuestro amor al cine. Así vi a Rossellini, a Max Ophüls... Eso no me preocupa". Lo que sí le preocupa es la forma en la que digeriremos las películas. "Somos la primera generación en la historia que tenemos todo a nuestro alcance y sólo tenemos una vida. Queremos hacerlo todo y no tenemos tiempo. Somos coleccionistas de primeros actos. Si tienes en casa acceso a 8.000 películas, no las puedes ver todas, salvo que saltes de una a otra como una abeja o como Super Mario. Eso, en una sala de cine no lo harías. Esta situación nos lleva a preguntarnos qué pasará con ese cine que nos exige un poco más. ¿Cambiará el formato y la narrativa o se va a mantener? Por ejemplo, una película húngara como 'El caballo de Turín', con apenas diez diálogos y una mujer pelándole una patata a su padre, pues es muy difícil de ver en casa".

Ante una oferta casi infinita, el espectador del mundo digital tiene que luchar contra el tiempo para ver todo lo que tiene a su alcance. En esa lucha, el pasado audiovisual queda descartado. "Claro que no queda tiempo para ver una película de Capra si tienen que ver 18 series de televisión. La gente colecciona capítulos piloto de series, tiene que optar y opta por la ficción contemporánea. Para tanto no les da la vida. Hay muchas cadenas luchando por nuestro tiempo y, además de ver series o películas, tenemos que crear, producir y distribuir la película de nuestra propia vida y consumir la vida de los demás (en las redes sociales). De 'Crepúsculo' pasarán a 'Divergente' y de 'Divergente' a 'Insurgente' y de ahí a la cama. Pero no saltarán a Bram Stoker. No tienen necesidad de mirar al retrovisor. Con la panorámica que tienen delante ya tienen la vista cansada".

Ripoll también encuentra interrogantes en la forma de financiar el cine, un arte caro donde "el éxito es la excepción y el fracaso es la norma". "La industria depende de las salas de cine, donde cada entrada cuesta unos 9 euros por persona. Pero, ¿cómo conseguir hacer películas caras cuando las tarifas planas de las plataformas digitales son de 7 u 8 euros y lo puedes ver tú y toda tu familia?". El fundador de Filmin pronostica que el cine "va a donde va la sociedad: poca gente con mucho dinero y mucha gente con menos dinero". Y eso se traducirá en un puñado de superproducciones cada día más multimillonarias y el resto producciones de bajo presupuesto. Pero serán muchas, muchísimas. "¿Y qué hacemos con todas ellas? Al Festival de Sundance llegan 4.000 y eligen 200. En Cannes se vieron 500 películas y a España llegarán 40. ¿Qué pasa con el resto".

Ripoll es optimista. "Es fascinante, todo está cambiando" dentro del cine, "un arte hormonado que en cien años ha cambiado muy rápido. No sabemos cuál será la última mutación. A lo mejor el formato del largometraje pasa a un segundo plano e iremos, por una parte, a formatos más cortos como Youtube o el de Vine y, por otra, a un formato estilizado propio de una novela del siglo XIX, la serie de diez episodios. Quizá por ahí esté el tema".

Y para olfatear por dónde irá el cine y los gustos del público, Ripoll confía mucho más en el "olfato" del distribuidor cinematográfico, en el gusto del editor de un festival, que en las aportaciones que puedan hacer los cálculos del "big data". "No necesito el 'big data' para saber qué películas tengo que comprar. Sé los gustos del público. A la gente le gusta el sexo, reír, pasar algo de miedo, el sexo, el drama, pero que no sea de mucho llorar, las películas de nazis pero que no sean muy violentas... lo sabemos". Y ese gusto del distribuidor, del editor, también sirve para acertar con las excepciones que triunfan. "De lo contrario, estaríamos sumergidos en la tiranía de la mediocridad".