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Despeñada

Empieza potente Acantilado: el suicidio colectivo de los miembros de una secta se muestra con una mirada extrañada, rara, inquietante de alguna manera. Helena Taberna manifiesta en esos primeros instantes una preocupación evidente por el empaque, componiendo planos con intención -a veces, quizá demasiado manifiesta- y acompañándolos de una música -con la garantía de Ángel Illarramendi- callada pero elocuente. La ilusión dura unos cuantos minutos, los que la película tarda en despeñarse como los pseudoraelianos por los precipicios del aburrimiento y un guión premioso y lleno de oquedades. La intriga es cansina y lineal. La asepsia y la escasa sangre de todo desmotivan al más pintado.

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