El museo de arte moderno más conocido del mundo tiene al frente a una directora enamorada de Asturias. Frances Morris es desde enero la nueva responsable de la Tate Modern, en Londres. Rompiendo moldes: primera directora que procede de la casa, primera de nacionalidad británica y primera mujer que ocupa el cargo. Otro rasgo la distingue y la engarza con otro tipo de arte, el de la Naturaleza: Morris, londinense de 59 años, posee con su esposo una cabaña asturiana en la falda de los Picos de Europa, de la que habla con auténtica devoción.

Quizás este verano vuelva a ella para descargar las tensiones y fraguar ideas tras unos meses frenéticos por un reto histórico: la ampliación en un 60 por ciento del edificio original, realizada por los mismos arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron que transformaron lo que era una aséptica central eléctrica a orillas del Támesis en un espacio fundamental de la capital británica. En declaraciones al diario "El País", Morris recuerda que "Mi padre era arquitecto y mi madre profesora de arte, así que el arte era algo obvio para mí. Viví en París un año y trabajé como au pair. Fui muy infeliz. Los sábados iba al Pompidou y tuve uno de esos momentos, que todos mis colegas han tenido, en los que estás frente a algo y suena la flauta. Para mí fue Malevich. Tenía 18 años y estaba frente a un cuadrado negro. Allí decidí estudiar historia del arte". Y lanza un deseo muy curioso que define a la perfección el concepto de la Tate: "Espero que en cinco años sigamos irritando a la gente a la vez que agradándola".