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LA VIDA BUENA

Formentera, tan cerca y tan lejos

Pura esencia mediterránea en una isla sólo accesible en barco y que presume de una exclusiva oferta turística

Formentera, tan cerca y tan lejos

Tan cerca y tan lejos. Una frase hecha que le viene como anillo al dedo a Formentera. La pequeña isla balear, a 100 kilómetros de la costa de Levante, sólo es accesible por barco: durante todo el año hay enlaces con la vecina Ibiza (más frecuentes en verano), y tan sólo de abril a octubre funciona un ferry con la Península, concretamente, con el puerto de Denia (se puede llevar el coche).

Quizás esta dificultad para llegar a una de las Islas Pitiusas (junto con Ibiza y otros pequeños islotes) sea el motivo de que Formentera se haya convertido en uno de los mejores lugares para disfrutar de todo eso que se ha dado en llamar esencia mediterránea: aguas cristalinas, playas de arena fina, recoletas calas, acantilados de infarto y esa luz tan especial.

Pero que nadie se llame a engaños: Formentera vive por y para el turismo. No es el paraíso virgen que encontraron los hippies en los 60, ni está poblada de humildes pescadores y payeses que viven en pueblos de sencillas casitas encaladas.

No obstante, la limitación de acceso (poder llegar sólo en barco ya es un filtro importante) ha permitido a sus habitantes ingeniárselas para desarrollar un turismo contenido y, sobre todo, de alto poder adquisitivo (un filtro más importante aún): un visitante que paga lo que toque por plantarse en el pequeño puerto de La Savina (cuando no lo hace en su propio yate), por alquilar un coche (el mítico Méhari es lo que se estila), por alojarse en sus exclusivos hoteles y apartamentos, por comer en sofisticados chiringuitos de playa (los hay con servicio de transporte para ir a buscar a los clientes a su barco) y por comprar ropa y complementos a la última en mercadillos de lo más chic a la altura de cualquier boutique.

Pero para economías más terrenales Formentera también es accesible. Como siempre, es necesario huir de la temporada alta: desde mayo hasta mediados de junio o desde la última quincena de septiembre hasta bien entrado octubre es posible disfrutar más y mejor de sus bondades y, sin exagerar, hasta por la mitad de precio o más. La isla ofrece mucho.

Playas. Sí, es cierto. Ses Illetes -que ha llegado a ser considerada la mejor playa del mundo- es como aparece en las fotografías: arena fina y blanca, aguas cálidas, transparentes y tranquilas, y chiringuitos donde comer o tomarse una copa al caer la tarde o empezar la noche.

Al otro lado está Levante, más de lo mismo o mejor (hay menos gente). La elección de una u otra viene determinada por el viento: de dónde sopla es una cuestión a tener muy en cuenta. De mayo a septiembre se paga por acceder a ambas, en la reserva natural de Ses Salines. Es Arenals, al sur, es otra de las célebres playas de Formentera, junto con Migjorn y Cala des Morts.

Puestas de sol. Cala Saona es la meca de los que buscan disfrutar de un atardecer de libro. Está al oeste de la isla y cuenta con un puñado de establecimientos donde situarse estratégicamente para escuchar buena música y tomar algo durante la puesta. La pequeña y tranquila cala es un buen lugar para sentarse a esperar, al igual que los acantilados de la zona. También se estila recibir de madrugada al sol: los mejores amaneceres, en la citada playa de Levante.

Los faros. El de Barbaria es el más famoso de la isla (la película "Lucía y el sexo" contribuyó a ello). Ofrece unas vistas impresionantes y la curiosidad de la Cova Foradada: una gruta a la que se accede por un agujero en el suelo y tras caminar unos 20 metros se llega al borde del acantilado. Es posible toparse con un vendedor ambulante de artesanía que toca el goni (arpa africana). El faro de la Mola, en el extremo este, nada tiene que envidiar al de Barbaria. Julio Verne lo menciona en una de sus novelas (hay un monolito que lo recuerda) y al lado hay un estupendo bar donde solazarse.

Los pueblos. San Francisco Javier es la capital y el pueblo más importante en cuanto a servicios, seguido de El Pilar de la Mola. Están a media hora. Subiendo a El Pilar (la meseta de la Mola guarda el punto más elevado, 192 metros de altitud) hay una espectacular vista de la isla, que abarca ambos extremos de su parte más estrecha. La iglesia de San Francisco, del siglo XVIII y fortificada para refugiarse de los piratas, merece visita. En El Pilar, los domingos, se celebra un popular mercadillo.

Rutas. Toda la isla es ideal para caminar y andar en bici. En las oficinas de turismo ofrecen un mapa de rutas verdes, aunque no hay pérdida (Formentera ocupa 83,2 kilómetros cuadrados) ni grandes riesgos. Recomendable es recorrer la costa desde Cala Saona, tanto hacia el sur por punta Rasa, como hacia el norte, pasando por la torre de La Gavina, una de las muchas de defensas antiguas que hay en el litoral.

Comer y alternar. En Formentera están muy orgullosos de su primera estrella Michelin, Can Dani, en la carretera de la Mola. Can Toni, en el Pilar, es la típica taberna de toda la vida. Se habla mucho de Flipper and Chiller, Es Moli de Sal y Blue Bar, en primera línea de playa, nada baratos pero con buenas críticas en general. Para completar los clásicos de Formentera hay que pararse en El Pirata, el veterano chiringuito de Es Arenals (hay réplicas por la isla), pedir lo que apetezca y tan sólo mirar al horizonte: pura esencia mediterránea.

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