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Crítica / Arte

Matarranz y el alma secreta de la materia

La necesidad de abstracción metafísica para abordar algo que excede los límites del entendimiento

Matarranz y el alma secreta de la materia

Escribió Kandinsky: "La forma, aún totalmente abstracta y geométrica, tiene un tañido interior; es un ser espiritual con efectos que coinciden absolutamente con esa forma... El impacto del ángulo agudo de un triángulo en un círculo es, realmente, tan abrumador en su efecto como el dedo de Dios tocando el dedo de Adán en Miguel Ángel". Kandinsky consideraba su pintura expresión espiritual del universo e insistía en el fondo místico, el ser espiritual del arte, en una tradición de la historia que enlaza religión y arte unidos por el vínculo de lo sagrado. Coincidía en eso con los alquimistas medievales que conferían a la materia, elemento terrenal, la dignidad y trascendencia de lo religioso y llamaron Mercurius al espíritu que sospechaban tras la apariencia inerte de las cosas de la naturaleza, misticismo mercurial equiparable al misticismo espiritual del cristianismo. A fin de cuentas, si la vida surgió en el universo de la materia inerte, inorgánica, ¿hasta qué punto la materia trascendida por el arte puede no ser únicamente materia desalmada?

Se le pueden ocurrir a uno cosas así contemplando la monumental pintura que Mariano Matarranz ha instalado en la capilla del Museo Barjola, tan enigmática, hermética, y dominante, tan hermosa también, al pensar que quizá el artista ha acariciado la fantasía de dar forma visible a la vida que pudiera haber tras la materia, porque poderes hay en la naturaleza que escapan al control del hombre y, en todo caso, ilusiones como esta seducen en ocasiones a los artistas. Puede que esta obra de Matarranz sea el resultado de una experiencia tan mística como artística, una exaltación alegórica del espíritu de la materia, a partir de la gran abstracción que es expresión simbólica de nuestro tiempo. Y así una idea del absoluto ha conducido su pintura desde el pensamiento poético plástico al pensamiento metafísico mágico. ¿Qué le ha llevado si no a la realización de un proyecto tan esforzado, costoso y dudosamente rentable? Un proyecto que le exigió disponer de una nave en El Natahoyo, en Gijón, y largos meses de arduo trabajo para pintar-construir sobre el suelo este lienzo tan grande, y tan grávido porque además de cargar con la memoria de los signos carga también con toda la sabiduría y el peso de la tan estéticamente enriquecida técnica mixta del pintor, su personal cocina pictórica. Después el traslado hasta el Museo y su laboriosa instalación en la capilla, una presencia poderosa, extrañamente distante, y contra lo que se diga, sin el menor deseo de dialogar con los ecos del tiempo y los espíritus que pudieran tener resonancia en el recinto. Todo ese trabajo exige sin ninguna duda una firme creencia en lo que se está haciendo.

En la parte superior del espacio pictórico aparecen, como dibujándose en el momento de contemplarlos, los símbolos alquímicos del azufre y el mercurio y a su lado, uno de los momentos más felices de la pintura de Matarranz por cierto, se insinúa una especie de dantesco firmamento incandescente, un "paisaje de óxidos". La parte inferior de este universo simbológico está protagonizado por la impactante representación de un enorme caparazón de tortuga, como sacado de un bestiario medieval, donde las serpientes fluviales, cangrejos, caracoles y leones alados, una presencia ominosa porque el abultamiento de la concha da la impresión de estar producido por algo que intenta emerger desde las profundidades, pesadilla de insondable sobrecogimiento.

Puede que esta necesidad de abstracción metafísica se deba al hecho de que los artistas suelen acudir a los símbolos cuando sienten la necesidad de expresar algo que excede a lo que Klee llamaría los límites del entendimiento y que el pensamiento no es capaz de racionalizar pero sí de sentir. Y puede también que todo lo escrito no sea para usted más que una especulación, en cuyo caso espero que lo bastante interesante para suscitar la necesidad de ver, o de volver a ver, esta extraña gran pintura, que en cualquier caso figurará como un acontecimiento de relieve en el currículo de ese gran pintor que es Mariano Matarranz.

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