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La peineta de los simios

Tarzán regresa como mesías ecologista y justiciero en una película de torpe realización y escaso entretenimiento

Alexander Skarsgård y Margot Robbie.

Seamos sinceros: no hay película buena sobre Tarzán. Que sí, que sí, que las primeras conJohnny Weissmüller tenían su encanto por la vía nostálgica (esfumado cuando la maravillosa Maureen O'Sullivan se largó) pero el resto, incluida la solemne y plúmbea Greystoke, es carne de olvido, cuando no de mofa.

La leyenda de Tarzán no es tan mala pero está a muchas lianas de ser buena. Tampoco es especialmente entretenida y su despliegue de efectos especiales es convincente en algunos momentos y de extremada vulgaridad en otros, como sucede en cierta estampida en la que se nota el toque digital por todos lados. Con esta epidemia de meter ordenador a todo trapo la capacidad de sugerencia del cine en pantalla grande se está perdiendo a chorros porque, ¿cómo sabemos si esos magníficos paisajes que nos enseñan son reales o simples virguerías hechas por un habilidoso equipo técnico?

David Yates ya demostró en sus andanzas con Harry Potter que es un director que sabe cómo dar gato por liebre. O sea, que parece un realizador de estilo elegante porque usa mucho las grúas, los movimientos de cámara envolventes y los planos aéreos, pero a poco que se rasque en la superficie salta a la vista su torpeza galopante: hay un par de escenas de lucha pésimamente rodadas (la del tren es de verguenza ajena) y lo único que se le ocurre es meter cámara lenta a las primeras de cambio. Como lo que muestra Yates no tiene ni garra ni ritmo ni capacidad de emocionar, a la película le han metido una sobredosis de música ampulosa (cortesía de Rupert Gregson-Williams, que seguramente recogerá todos los encargos rechazados por Hans Zimmer). ¿Y el nuevo Tarzán? Cachas, como debe ser. Y aunque no sea un prodigio de expresividad, no es tan malo como el resto de tarzanes que le preceden en el cargo. Es una pena que se desaproveche a Margot Robbie como una Jane de armas tomar pero que está metida con calzador en la historia. Y, por favor, que alguien le diga a Christoph Waltz que deje de hacer de malo sin cambiar su catálogo de muecas. Supongo que el absurdo papel de Samuel L. Jackson es un odioso guiño a Tarantino.

Muy avanzado el metraje se escucha el famoso grito de Tarzán. Da la sensación de que a los guionistas se les había olvidado meterlo, ocupados como estaban en enlazar con algo de sensatez una historia del presente (Tarzán contra los malvados expoliadores y unos nativos que le odian) con los recuerdos del pasado. Empeño fracasado: La leyenda de Tarzán es aburrida como cinta de aventuras (el desenlace casi invita a la compasión) e innecesaria como nueva mirada al mesiánico personaje blanco. Intenta gustar al público palomitero y también al que busca algo más adulto (de ahí tanta cháchara insulsa, tanto psicoanálisis barato). Tiene momentos salvables (el reencuentro con las fieras, el ataque de un hipopotamo, una tensa cena entre Waltz y Robbie...) engullidos las arenas movedizas del fiasco.

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