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GASTRONOMÍA

A través del viñedo emiliano

Grandes crus de Burdeos, viejas iglesias románicas y medievales, megalitos y alta gastronomía aguardan al viajero en el corazón del Libournais

A través del viñedo emiliano

En Saint-Émilion las tiendas de vino parecen joyerías de lujo. Para comprobarlo sólo hace falta echarle un vistazo a Vignobles et Châteaux, en el número 4 de la Rue de Clocher o a cualquier otro de los establecimientos que imprimen carácter al corazón de la vieja villa. Estoy cansado de visitar otras importantes sedes vinícolas y de resignarme ante el apagón comercial. Ni un solo lugar donde comprar o beber un vino en condiciones dependiendo de las horas del día.

Saint-Émilion es todo lo contrario. Quienes hayan estado alguna vez allí en se darán cuenta de la importancia que el vino tiene en las vidas de quienes habitan este precioso lugar de casas arracimadas en las colinas, con una iglesia excavada en la roca y adonde se dirigen diariamente autobuses llenos de turistas que se mueven de un lado a otro como perdigueros en busca de catas rápidas y compras ventajosas que no siempre encuentran.

Sin renunciar a la elegancia del resto de los bordoleses, el vino de Saint-Émilion se caracteriza por su carnosidad; los tintos son pigmentados y de taninos jugosos y dulces, aromas de toffee, y endiabladamente confitados. Por alguna razón que desconozco, durante años han sido los favoritos de los británicos, que, probablemente, han encontrado en ellos un arrebato no tan sutil de la viña. A los súbditos de Su Graciosa Majestad les ha gustado de siempre tener algo en la boca que poder masticar, sólo hay que fijarse en su proverbial afición a los vinos de Oporto más viejos y golosos.

Los de Saint-Émilion son los viñedos más antiguos de Burdeos, y el Château Ausone, uno de los primeros grandes vinos de la región. El castillo debe su nombre al poeta Ausonio, propietario original de la parcela. Cuenta la leyenda que Emiliano, un santo bretón, pasó por este lugar en el siglo VIII de camino hacia Santiago de Compostela y se entretuvo tanto que jamás culminó la peregrinación. Levantó una ermita que da origen a la localidad, que lleva su nombre y fue fortificada durante la guerra de los Cien Años. La villa cuenta con un clima suave, nobles piedras y vinos con una personalidad que algunos han comparado por su vigor con borgoñas con bouquet de Burdeos.

Con los viñedos colgando sobre las laderas, en lo más alto, y en dirección a Libourne se encuentran dos de sus mejores bodegas: Château Cheval Blanc y Château Figeac. Sus tintos expresan con la más rotunda de las claridades el matrimonio de la merlot con la cabernet franc. A veces estas dos uvas se complementan en los vinos de Saint-Émilion con las cabernet sauvignon, côt y carmemère. La producción vinícola se reparte entre un millar de propietarios, y la Unión de Productores acapara el 30 por ciento de ella. Las clasificaciones se realizan con frecuencia, al contrario que sucede en otros lugares del Bordelais, como el Médoc, donde permanecen inamovibles. Entre la categoría A de los premier grand cru, los mejores de la denominación, se encuentran los citados Château Ausone y Château Cheval Blanc o el Château Angélus -este último más Masserati que Ferrari, según los entendidos- que pueden llegar a costar unos cuantos cientos de euros la botella, dependiendo del año. Hay otros once o doce que figuran en una categoría denominada B, y aproximadamente medio centenar de grands crus classées. En el siguiente pelotón figuran los Saint-Émilion grand cru y los simplemente Saint-Émilion. Las grandes casas, como ocurre también con Pomerol, se han inventado la etiqueta petit que tiene la ventaja de atraer al comprador hacia algunas de las grandes referencias que por su precio no podría adquirir. Cuando hablamos de marcas superiores, como en el caso del legendario Cheval Blanc, el segundo vino de la bodega no cuesta menos de 140 euros.

Por lo demás, Saint-Émilion es un pueblecito de postal muy animado, donde en las fechas de mayor concurrencia no se puede aparcar. El coche hay que estacionarlo a la entrada, en la plaza Pierre Meyrat, en un parking de pago y dedicarse luego a dar un paseo, subiendo y bajando, de un lado a otro. La comarca incluye, además de viñedos, preciosas iglesias románicas y medievales, grutas y el famoso megalito de Picampeau, en Lussac.

Para encontrar un restaurante es mejor salir, si exceptuamos un par de casos: uno de ellos, la Hostellerie de Plaisance, en el hotel del mismo nombre de la plaza Du Clocher, local elegante construido en un antiguo monasterio, que llegó a tener dos estrellas Michelin gracias al gran cocinero vasco Phillipe Etchebest, de las que conserva una tras la llegada de Cédric Béchade ex de L'Auberge Basque, en Saint-Pée sur Nivelle. Para hacérselo más sencillo y no pagar tanto está, también en el corazón de la villa, Logis de la Cadène, una dirección histórica con cocina renovada gracias a la familia Boüard, propietaria del Château Angélus, y del chef Alexandre Baumard.

Un hallazgo es Auberge Saint-Jean, con una estrella, en Saint-Jean de Blaignac, a once kilómetros, y vistas al río Dordoña. Allí oficia Thomas L'Hérisson con su mujer Manuela, después de trabajar junto a Thierry Marx, Eric Frechon y Guy Martin en el parisino Grand Véfour. Y allí últimamente comí la mejor paloma que recuerdo acompañada de un estupendo vino de Graves.

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