En torno a la una menos diez de la tarde, en la plaza de España de Santo Domingo de la Calzada, con el sol cayendo a plomo, el coche fúnebre estaba a punto de dejar el féretro de Gustavo Bueno y su hijo Gustavo, que había bajado a recibirlo, recibió también el abrazo de Antonio Rodrigo, el pelo cano y la cabeza intacta, y un papel. "Es la lista de los quintos de 1924. Éramos cuarenta, quedamos sólo ocho", uno de ellos él y otro el filósofo calcetano afincado en Asturias. "Teníamos una amistad intachable", rememora Rodrigo evocándolo a él, a sus padres y "el abrazo que me dio, como si no hubiera dejado de verme nunca, el día que le nombraron hijo predilecto y vine a este mismo lugar, como hoy, a recibirle".

"¿Dónde está Gustavito?, preguntaba su madre, una persona encantadora, cuando íbamos a comer a su casa". El que recuerda ahora es Santiago Coello, abogado en ejercicio a sus 88 años, presidente del consejo regulador de la Denominación de Origen del Vino de Rioja entre 1982 y 1992 y otro de los amigos de la infancia de Bueno que ayer se acercaron a despedirle a Santo Domingo. "Gustavito estaba en su habitación", sigue la anécdota, "seguramente leyendo a Heidegger. Siempre tuvo una inquietud enorme por el saber", rememora el abogado, todavía vivo en la memoria "el último abrazo que nos dimos el año pasado".

Desde Bilbao, de Cuenca y Talavera de la Reina, en taxi desde Santillana del Mar y desde Madrid y muchas partes de Asturias. No es la filosofía disciplina de movimiento de multitudes, pero el último adiós a Gustavo Bueno, tan lejos de la tierra asturiana que le recibió hace más de cincuenta años, improvisó en la tierra natal del filósofo una "cumbre" de discípulos dispuestos a no dejar solo al final de su vida al filósofo Bueno. En la plaza de España de una ciudad riojana fabricada por el Camino de Santiago, frente a la puerta del Ayuntamiento, ayer era un día extraño en el que en la calle se hablaba de filosofía.

-¿Qué se va con Bueno?

-El maestro, el gran maestro.

-¿Y que más?

-¿Le parece poco?

Belarmina Eguizábal, profesora de Filosofía y exalumna del profesor Bueno, daba fe con su presencia de que la respuesta había sido más que suficiente. "Podía ser polémico en sus ideas, pero era muy cercano", remachó. A su lado asentían Pedro Barbado y Dolores García, compañeros de filiación, trabajo y viaje que no dudaron "ni un momento" en coger el coche y recorrer los más de seiscientos kilómetros de la ida y vuelta Asturias-La Rioja.

Marcelino Suárez, profesor en Barredos (Laviana), entró en contacto con la filosofía de Bueno mientras estudiaba Geografía e Historia, impactado por la capacidad del materialismo filosófico para "el estudio de las ciencias y la realidad humana", asombrado por "la potencia reductora y la capacidad analítica de la obra de Bueno". Iván Vélez, de Cuenca, tampoco es filósofo, sino arquitecto, pero también autor de "Sobre la leyenda negra", un libro que utiliza las tesis de "España frente a Europa" "para combatir la leyenda negra antiespañola", explica. Recién llegado a la filosófica ágora consistorial de Santo Domingo de la Calzada, añade al debate su convicción de que Bueno ha sido "con toda seguridad el mayor filósofo en lengua española" y de que no ha tenido una repercusión a la altura de "un pensador que se enfrentó a todos los mitos y que no rehuyó ningún aspecto de la realidad".

Julián Gómez Brea está a su lado y puede asentir. Es abogado en ejercicio en Madrid, filósofo doctorando rendido a la capacidad de Gustavo Bueno, que "sabía más derecho que yo. Me quedaba impactado. Se merece un lugar en la historia".