Calma, quietud, silencio. La misma tranquilidad de la que disfrutó en vida durante sus largas temporadas en su casa de la localidad llanisca de Niembro arropó ayer el último viaje del filósofo. Faltaban cinco minutos para las nueve de la mañana cuando varios operarios de una empresa funeraria, propiedad de unos familiares del viejo profesor, llegaban a la casona de Gustavo Bueno Martínez, apartada del bullicio, rodeada de vegetación, oculta entre un bosque de encinas y otros árboles autóctonos.

Uno de los hijos del padre del materialismo filosófico, Álvaro, y otros familiares salieron entonces al jardín e hicieron una especie de pasillo. Un instante después los operarios sacaban de la vivienda el féretro con el cuerpo del maestro. Sólo se oía el canto de los pájaros. En el camino por el que se accede a la vivienda, más allá de la verja que la separa del resto del mundo, aguardaban tres coches fúnebres. Dos de ellos iban repletos de ramos y coronas de flores. En el tercero fue introducido el ataúd.

A las nueve de la mañana, exactamente la hora anunciada por la familia, los coches se ponían en marcha y partían hacia la tierra riojana que había visto nacer a Gustavo Bueno el 1 de septiembre de 1924, Santo Domingo de la Calzada, donde fue enterrado, sólo cuarenta y ocho horas después de hacer lo propio con la que fuera su compañera durante más de sesenta años, Carmen Sánchez Revilla.

El sol empezaba a abrirse paso entre las nubes cuando los coches fúnebres se iban alejando de la casa en la que Gustavo Bueno encontró durante décadas el sosiego adecuado para dedicarse a lo que más le gustaba: filosofar. Tenía el astur-riojano en Niembro su "cuartel general", su "refugio".

En Niembro disfrutó junto a su familia de las mejores veladas y desgranó buena parte de sus teorías filosóficas. Le gustaba pasear por la finca, colmada de flores, de plantas, de arbustos y de árboles, y sentarse a disfrutar de la naturaleza. Tenía el autor de obras como "El mito de la cultura" incluso su "rincón secreto" en la finca de Niembro, un lugar rodeado de vegetación situado a unas decenas de metros de la vivienda, en el que solía sentarse a escribir o simplemente a pensar cuando el tiempo acompañaba.

Fue precisamente ése el paraje que eligió hace ya más de unos veinte años cuando se le preguntó por su lugar favorito, aquel en el que más a gusto se encontraba en soledad.