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La Espuma De Las Horas

Kipling, la fábula es eterna

Los prejuicios en torno al autor británico vinculado al imperialismo han impedido a algunos disfrutar de su obra

Bagheera y Mowgli, en un fotograma de "El libro de la selva" (2016), la película de Jon Favreau.

"Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor la han perdido y te culpan a ti.Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti, pero también aceptas que tengan dudas..." No sólo son las palabras iniciales de uno de los poemas más famosos de todos los tiempos sino que además encierran, aunque en ocasiones no lo parezca, parte del credo británico. He vuelto a leer algunas de las cosas que escribió Rudyard Kipling gracias a una reciente visión desinhibida de la última película de Jon Favreau sobre "El libro de la selva" (2016), basada en los personajes de algunas de las historias sobre animales que no han dejado ni dejarán de conmover a generaciones lo mismo que tantas otras del autor inglés nacido en Bombay.

Además de componer con "If" una especie de predicamento de la anglomanía y de convertirse, de paso, en un escritor al servicio del imperio detestado por los enemigos del establishment, Kipling fue un narrador extraordinario de historias y fábulas perdurables y maravillosas. Si Twain creó a Huckleberry Finn, él inventó a otro de los grandes pícaros infantiles de la literatura universal: Kim. Cuando en 1901 se publicó esta última novela, considerada por algunos como la mejor jamás escrita en inglés sobre la India, la reputación de Kipling ya había entrado en una fase decadente.

El autor de las fábulas de la selva era un defensor del orden y la disciplina, la moderación y el deber. Aunque sus historias se distinguen por la diversidad étnica de los personajes que las pueblan, creía en "la carga moral superior del hombre blanco" y en "la misión trascendental de Occidente de llevar la civilización a las razas inferiores sin ley". Defendió a Gran Bretaña durante la guerra de los boers, fue amigo de Cecil Rhodes, y dejó clara su veneración por ciertas virtudes militares. A su vez mostró una propensión literaria al amor angloindio que lo aparta de cualquier postura colonialista intransigente. El desgarrador "Al final del callejón" es una representación de la tensión social y la descomposición en la frontera de la India que compite en intensidad con los mejores relatos de Joseph Conrad. Hoy, sin embargo, los libros de Kipling sirven con frecuencia como inspiración a los académicos empeñados en desenterrar casos de insensibilidad racial y arrogancia colonialista.

No son pocos los prejuicios sobre el autor británico que impiden a muchos lectores experimentar el placer real y duradero de sus mejores narraciones. El historietista Neil Gaiman, uno de sus admiradores, lo defendió de la mejor manera que se puede defender a un artista injustamente tratado por la corrección política más simplista. "Sería una persona deplorable si sólo fuera capaz de leer a autores que expresan puntos de vista en los que uno no está totalmente de acuerdo. La vida sería muy triste si no pudieramos hablar con personas que piensan de manera diferente y que ven el mundo distinto. Kipling fue muchas cosas que yo no soy, y es uno de mis autores favoritos".

Si Gaiman fue tajante, George Orwell, en su ensayo sobre el autor de "Kim", había sacado otras conclusiones. Para él, siendo "moralmente insensible y estéticamente desagradable", Kipling habría mantenido a salvo, al contrario que otros, su contacto con la realidad. "Trató, al menos, de imaginar que la acción y la responsabilidad son similares". Ante la responsabilidad, el poder suele preguntarse qué hacer mientras que la oposición no se ve obligada a asumir las decisiones que a veces se deben tomar cuando el país en cuestión lo requiere. Algo que parece eterno como los personajes del libro de la selva.

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