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Radiografía de un abandono

Asturias descuida la mayor necrópolis del norte de España

El complejo tumular de Monte Areo, entre Carreño y Gijón, está comido por la maleza pese al atractivo y potencial turístico de sus treinta dólmenes del Neolítico

Víctor González, ante el dolmen de "Los Llanos", el mejor conservado. IRMA COLLÍN

Mucho antes de que las palas excavadoras sacasen a la luz su riqueza, en Carreño ya se oía eso de: "Monte Areo, tierra rica, xente boba". El dicho viene de una vieja mendiga que pregonaba a los cuatro vientos que en lo alto de la montaña había un tesoro. Así fue como un campesino encontró, según cuenta la leyenda, una gallina de oro con doce polluelos del mismo metal. Nadie sabe qué hay de cierto en ello, pero lo que está claro es que el Areo siempre fue un lugar mágico. Víctor González Celis conoce todos sus recovecos como la palma de su mano. Aunque nació en La Calzada (Gijón), se crió en Guimarán, junto a la mayor necrópolis del Norte de España. A lo largo de sus siete kilómetros, hay catalogados más de una treintena de dólmenes, algunos de ellos construidos 8.000 años antes de Cristo, que González tiene perfectamente identificados. Pero el cementerio del Neolítico está hoy más muerto que nunca.

El ascenso al Monte Areo, entre Gijón y Carreño, se convierte en un camino tortuoso, en el que hay que sortear baches sobre el firme y maleza en las cunetas. El abandono se palpa en cada esquina. "Esto era lo primero que había que proteger y mira cómo lo tienen. Fue declarado en 1997 Bien de Interés Cultural (BIC) y encima es paso frecuente de peregrinos", se queja Víctor González mientras conduce hacia una de las áreas dolménicas más importantes: "Les Huelgues de San Pablo". De copiloto va el historiador candasín Moncho Rodríguez, que señala que la primera cita que se recoge sobre la necrópolis es de 1792. "En ese año, Carlos González Posada ya hacía referencia a la existencia de posibles enterramientos primitivos, que denominaba mámulas o tetones. Pero esa información no tuvo ninguna transcendencia hasta que en 1984, el cronista oficial de Carreño, Marino Busto, la divulgó en la prensa", explica.

Fue gracias a esa difusión que el departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Oviedo, dirigido por Miguel Ángel de Blas Cortina, llevó a cabo sus primeros estudios en 1991. Empezaron justamente en el dolmen de San Pablo, el más antiguo de cuantos se descubrieron, según detalla Víctor González. "Me pidieron planos y fotos de la zona, porque mi padre y yo la conocíamos muy bien. Esto antes era una selva... Me acuerdo como si fuese hoy de las excavaciones; abrieron esto como los gajos de una naranja. Aquí se encontraron puntas de hachas y una cuenca de collar de azabache", dice. El dolmen en cuestión es de estructura simple -también llamado cofre megalítico- al estar cerrado por todos los lados. Para ocultar la tumba, los antepasados depositaron sobre ella montones de materiales, formando una pequeña colina artificial, que es lo que se conoce como túmulo.

Esa formación circular y la otra, que se ubica justo detrás, están tomadas hoy por la vegetación. La maleza y los helechos crecen a sus anchas por una de las joyas culturales más desconocidas de la región. Falta promoción, pero sobre todo atención. "El plan director contemplaba incluso un parque botánico en el monte, porque aquí teníamos una vegetación autóctona muy rica y antigua. Pero de eso ya no queda nada, hace unos años se la cargaron todo para poner eucaliptos. Nadie lo vigila", cuenta apenado Víctor González, que camina entre la alta hierba, salpicada de flores de manzanilla. Más allá de su descuido, el potencial de la necrópolis asturiana es enorme, al discurrir por pleno Camino de Santiago.

La otra gran área arqueológica del Areo es la de "El Cierru Los Llanos". En ella está el dolmen número quince, el más conocido y mejor conservado. Se levantó en torno al año 3.000 antes de Cristo y es de tipo corredor. Esto quiere decir que la cámara funeraria estuvo abierta a entierros múltiples en diferentes tiempos. "No sólo se ocupaba la caja central, sino que fuera de ella, en el corredor, se depositaban otros cuerpos", detalla González. Y todavía hoy ese ritual continúa. "Hay familias que vienen aquí a depositar las cenizas de los muertos", agrega, señalando dos ramos de flores que llaman la atención en su interior.

Para la construcción de los dólmenes se utilizaban grandes bloques de piedra extraídos de las canteras de cuarcita que afloran en la vertiente norte del monte. Los 400 metros que separan la pedrera del espacio funerario exigían un despliegue extraordinario de fuerza y técnica, tarea en la que, se calcula, participaban entre 50 y 80 individuos. "Para romper la roca, introducían cuñas de madera y prendían fuego para recalentarlas. Hasta aquí las traían con estructuras de troncos y cuerdas. Una pieza de estas pesa más de 3.000 kilos", asegura González.

De hecho, la cobertera -la tapa- del otro dolmen que está en el área de "El Cierro de Los Llanos" pesa 5.000 kilos. Actualmente la cámara sepulcral se encuentra desmoronada debido a la intervención de saqueadores en busca de tesoros. Pese a que la estructura interior quedó parcialmente desmantelada, en su interior se localizaron parte de los ajuares funerarios: siete piezas. "El Monte Areo siempre fue objeto de expolios. Algunas de las piedras sustraídas fueron utilizadas como pegollos en los hórreos. Y este dolmen lo dejaron así como ejemplo. Debajo de la cobertera hay un agujero tremendo, ya que los saqueadores lo confundían con otro dolmen. Pero es sólo uno, que está derribado", afirma.

Además de los grandes túmulos, hay otras muchas estructuras que permanecen ocultas bajo la vegetación. Justo detrás del dolmen en ruinas hay un campo en peores condiciones, en donde los helechos crecen por encima de las rodillas. La dejadez de las administraciones es tremenda critica González. "Vinieron a segar en mayo y desde entonces no volvieron. Esto da una imagen penosa de nuestro municipio", añade. Aunque el Monte Areo discurre entre Gijón y Carreño, los dólmenes de mayor relevancia se encuentran en este último concejo. La desidia de este espacio arqueológico de potente atractivo se aprecia también en el área recreativa del Monte Areo, colmada de basura. Botellas, bolsas y hasta algodones con sangre se encuentran esparcidos sobre el verde.

Víctor González no oculta su indignación: "Estamos desaprovechado un tesoro. Porque en esta zona tenemos desde el Paleolítico y el Neolítico hasta la época romana, el Medievo y la arqueología industrial". El carreñense que mejor conoce el Monte Areo asegura que en Huerno (Ambás) y Serín (Gijón) hay dos castros. El segundo de ellos es "una pasada". "Se ven los contramuros perfectamente, la pena son los accesos. Están abandonados y hoy en día es imposible llegar hasta él", comenta.

Otra de las riquezas desconocidas del Areo es la antigua ermita de San Pablo. Aunque esta construcción ya no existe, hay elementos que se conservan, como una lápida visigótica que desde 1878 forma parte del patrimonio de la iglesia de Santa Eulalia, en la parroquia de El Valle. En el lateral que comunica con la puerta trasera del templo, está emplazada la losa, fechada en la era de 989 (año 951). El texto dice: "Por el honor de San Pedro y San Pablo Apóstoles hay guardados en el altar las reliquias de San Tirso, de Santa Águeda, de Santa Pelaya y Marina Virgen. En este templo que edificó Alfonso hijo del príncipe Froilán bajo la era DCCCCLXXXIII a día tercero".

El silencio que hoy reina en el Monte Areo contrasta con el bullicio de antes, que describe Víctor González. "Por aquí pasaba la vieja carretera entre Candás y Oviedo. Hasta las 'Mujeres de la Paxa' -también llamadas sardineras, que vendían pescado por los pueblos- atravesaban el monte". Pero de ese trajín ya no queda nada. La cumbre de Peñas (264 metros), donde en su día se barajó construir el Aeropuerto de Asturias, es un cementerio en toda regla. Pero un cementerio que debería revivir.

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