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Hablando en serie

"Alias", una lección de malas elecciones

La serie de J. J. Abrams dilapidó sus mejores bazas y pasó de un gran triunfo inicial a un fiasco final

Jennifer Garner.

La televisión es un territorio despiadado para las ficciones que se apartan del camino trazado. Ocurrió con Homeland, que pasó de un arranque divertida y astutamente tramposo a estancarse y olvidarse de avanzar, o el de Lost. Pero quizás el caso más sangrante sea el de Alias, que cumple 15 años: los dos títulos citados nunca dieron señales de grandeza, pero la serie creada por J.J. Abrams sí. Su primera temporada, a pesar de su excesivo número de episodios (error que repetiría en años siguientes con una cantidad abrumadora de rellenos en sus peores momentos) fue ejemplar en muchos sentidos. Primero, porque desde Luz de luna no se veía en la pequeña pantalla una aplicación tan modélica de la tensión sexual no resuelta entre dos personajes, jugando además al despiste porque al principio parecía que el mírame pero no me toques (de momento) sería cosa de Jennifer Garner como la intrépida pero vulnerable Sydney Bristow y un jovencito Bradley Cooper de periodista entrometido y amigo secretamente enamorado, pero de pronto le pasaban la patata caliente al ceñudo agente secreto Michael Vaughn con el que la chica se vía de incógnito cruzándose miradas de creciente ardor. Segundo, porque Abrams y sus equipos llevaron a una depuración máxima el desenlace de los capítulos dejando la historia en su momento álgido para cerrarla y pasar a otra cosa en el episodio siguiente. Tercero, porque el reparto era magnífico en todas sus líneas (Garner no es Meryl Streep precisamente, pero nació para encarnar ese personaje) y había apariciones estelares irresistibles, como Quentin Tarantino. Y cuarto, porque la mano de Abrams se notaba no solo en el armazón de las tramas sino en la manera de resolver los momentos de acción con un punto justo de humor que amortiguaba la violencia y congeniaba a las mil maravillas con la tensión de las operaciones especiales. A pesar de que el argumento en general era un disparate, con ese lío de agencias dentro de agencias y espías dobles o triples, padres que no son lo que parecen y todo tipo de complicaciones al por mayor que suele fabricarse el género de espionaje, la mezcla de malos rollos familiares y misiones imposibles funcionaba con una estética por momentos que armonizaba con el repiqueteo visual de los videojuegos. Y siguió haciéndolo en la segunda temporada aunque se perdiera la tensión sexual, con un final memorable, y en la tercera mantuvo el tipo a duras penas. Y, de repente, el desastre. La serie que con 24 marcó un antes y un después en la historia de la televisión por su forma de servir el menú y los tiempos para consumirlo se quedó de golpe y porrazo a la intemperie cuando Abrams se puso a dirigir una más bien insignificante Mission Impossible con Tom Cruise y empezó a hacer despegar Lost. La cuarta temporada ya empezó a notar los efectos del abandono pero aún así nada hacía presagiar el desastre que llegaría en su quinta y última entrega, con muertos que resucitan, Garner clonada y unos giros argumentales que caían directamente en lo ridículo. Y Alias, maldición, se fue al garete.

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