La armonía arquitectónica de la vieja Amsterdam es admirable. Las casas se alinean en un solo plano a ambos lados de las calles, avenidas y canales, respetando idénticas alturas y el estilo de las fachadas de siglos pasados. No hay monotonía porque difieren en decoración y rivalizan, sobre todo, en la fantasía de los remates triangulares que las coronan. Además, muchas de ellas son recientes y respetan la estética general sin renunciar a las variables de la modernidad. Las estrechas fachadas ocultan en muchos casos espaciosas viviendas alargadas hasta las calles de atrás. Las escaleras, muy angostas, son impracticables en las mudanzas y los cambios de mobiliario. De ahí las vigas que sobresalen horizontalmente de los áticos, rematadas por un gancho para las cuerdas que bajan o elevan trastos voluminosos hasta las ventanas por las que salen o entran.

El subsuelo de agua. En los canales abunda otro tipo de viviendas, erigidas sobre cascos navegables o fijas en plataformas flotantes bien amarradas. Conservan unas la forma de los barcos y presentan otras el standard rural de madera, con sus maceteros y jardincitos, hamacas al aire libre y buzones para la correspondencia. Los atraques tienen un precio sabroso, pero además de dar gusto a los inquilinos alivian la presión sobre los antiguos edificios residenciales. La norma conservadora, inmune al desarrollismo que arrasó la huella histórica en otros países, desplaza hasta la salida al mar la imprescindible disponibilidad de espacios en buildings de muchas alturas, también ellos exigentes de singularidades arquitectónicas.

Es así como Amsterdam se resuelve en una doble ciudad, la histórica y la moderna, caracterizadas ambas por un dinamismo similar. Todas las etnias conviven allí, proporcionadas y bien avenidas. La atmósfera pluricultural horizontaliza la convivencia en un espacio inconfundiblemente europeo, luterano y burgués, calvinista en los siglos XVI/XVII y hoy abierto a cultos y costumbres del mundo entero. Los visitantes que, sin prejuicios, hacemos el recorrido terrestre en los autobuses turísticos y en los bateaux-mouche de los canales, escuchamos en todas las lenguas cosas como que el pasado "colonial y esclavista" del país se redime hoy en la carta de ciudadanía de los llegados de las antiguas colonias y de las actuales. Sin tapujos ni disimulos. La manifestación inmediata de esa cultura multirracial está en la oferta gastronómica, variadísima y de alta calidad en grandes restaurantes art deco y en microlocales incrustados en los pintorescos pero exiguos bajos de la vieja ciudad, que saben y suenan a settecento. En nuestro confortable hotel-boutique, una recepcionista nacida en la isla de La Palma, de padre español y madre holandesa, nos sugiere sabiamente los mejores comederos de cada especialidad coquinaria.

Del flash al cannabis. Todo en Amsterdam sabe a libertad. Encontrar un policía en la calle es más difícil que buscar la aguja en el pajar. Ni siquiera los guardias de tráfico se dejan ver más allá de lo indispensable. Los admiradores de Rembrandt, Vermeer o Van Gogh pueden hacer, incluso con flash, cuantas fotos quieran de sus obras maestras en los grandes museos, sin más barrera que el cordón protector a la altura de los tobillos. Los parques verdes son transitables por el césped, ameno solarium para la gente rubia y la morena. En los famosos "coffee-shops" del cannabis legalizado, se exhibe un largo menú de calidades y precios de la marihuana, consumible en cigarrillos, bizcochos o piruletas dulzonas. Tan sólo excluyen a los fumadores de tabaco, que para eso tienen la calle. En el interior, "only maría, please". Pero la permisividad es, en rigor, mucho más amplia. Incluso en el magnífico mercado de las flores se ofrecen golosinas con cannabis, anunciadas en vistosos cartelones. Y hablando de flores no vimos un solo tulipán, tal vez por estar fuera de temporada. En todas partes domina el girasol, la flor predilecta de Van Gogh, que le movió a escribir aquello de "los colores reales me importan un bledo".

Gatti se estrena como titular. Nuestro segundo programa en las summer nights del Concertgebouw fue el de la fabulosa orquesta del mismo nombre con Daniele Gatti, actual director titular tras el cese voluntario del letón Mariss Jansons. Sencillamente impresionante. Tres años atrás habíamos aplaudido a Gatti en Bayreruth, como director del "Parsifal" wagneriano más largo e intenso de cuantos conocimos en lo que va de siglo. En Amsterdam dirigió obras de sus también predilectos Debussy y Stravinski. Del primero, el poema sinfónico "Jeux", cumbre de su arte orquestal, vertido con formidable versatilidad rítmica y tímbrica en el punto crítico de la disolución tonal. Y del segundo, los cuatro cuadros de la suite de "Petrouchka", coloristas, expansivos, repletos de vida rusa, testimoniales y geniales. También la suite "Metaboles" del francés Henri Dutilleux, fallecido hace tres años: espléndida pieza escrita en 1964 para Szell y la Orquesta de Cleveland, en la que especula poéticamente con el tiempo real y el musical en cinco páginas cuyos títulos definen los contenidos: "Incantatoire", "Lineaire", "Obsessionel", "Torpide" y "Flamboyant". Una belleza. La única pieza anterior al siglo XX fue el "Primer concierto para violonchelo y orquesta" de Saint-Saëns, con una solista que no me convence por su virtuosismo acelerado y superficial, la argentina Sol Gabetta (35 años), totalmente lanzada en la escena internacional con un instrumento Guadagnini de 1759. Lo mejor de su aportación fue el bis: la portentosa canción "Apres un reve" de Fauré, en arreglo acompañado por toda la familia de violonchelos de la orquesta.

Programa soberbio. En la pausa, tomando un refresco también ofrecido por el espónsor Robeco, veíamos en la cafetería de la planta "balcón" la serie de retratos al óleo de los maestros que se han sucedido desde el siglo pasado en la titularía de la Real Concertgebouw Orquesta: entre otros, Kubelik, Haitink, Kondrashin, Chailly, Jansons... verdaderos "galácticos" de la batuta. Y salimos a la noche tibia degustando el placer de haber visto a Gatti en una de sus primerísimas actuaciones como titular de la santa casa. Si la suerte acompaña, habrá muchas otras.