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La espuma de las horas

Tiempos modernos, una historia de vértigo

La modernidad, en términos de progreso o de idea, sugiere más de una pregunta que no encuentra respuesta

Fotograma de la película de Charles Chaplin "Tiempos modernos" (1936).

La modernidad es un vértigo que comienza en el siglo XVI y no muestra signos de ceder. "¿Nos estamos hundiendo continuamente? ¿hacia atrás, hacia los lados, hacia adelante, en todas las direcciones? ¿hay todavía un arriba y un abajo?", se preguntaba el poeta metafísico John Donne. Pero aparte de un vértigo, la pregunta ¿qué es la modernidad? surge en más de una ocasión. No se trata de un término nítidamente definido, en cualquier caso se presta a más de una interpretación.

En una reunión elitista en Aspen (Colorado) en 2007, poco antes del inicio de la gran recesión, a los asistentes, miembros mayormente de la alta burguesía, se les pidió que predijesen cómo sería el mundo en el año 2050. Un reportero que estaba allí lo contó: todos presagiaron un futuro sombrío, calentamiento global, hambre, terrorismo sin tregua: una película de la saga "Mad Max", sólo que sin la disparatada violencia y la emoción del celuloide.

En las páginas finales de su nuevo libro "Modernity and its Discontents" (La modernidad y sus descontentos), una historia intelectual de Occidente desde Maquiavelo a Saul Bellow, Steven B. Smith concluye que la narrativa del progreso ya no es sostenible. "El esfuerzo dedicado oficialmente a la búsqueda de la felicidad ha encontrado en su consecución un objeto de deseo cada vez más difícil de alcanzar".

En Colorado se reunían capitalistas de riesgo y estrategas de Washington, el tipo de personas que maneja pronósticos basados en las condiciones del mercado y la inteligencia política. Smith, catedrático de la Universidad de Yale, por el contrario, es un experto en Spinoza, Hegel, Leo Strauss e Isaiah Berlin. Su preocupación por los principales indicadores económicos equivale aproximadamente a la mía por la recolección del cacahuete en Tanzania. Pero, en cambio, sí le inquieta el zumo que destilan los pensadores que se ha dedicado a estudiar.

¿Modernidad como progreso o como idea? ¿O simplemente modernidad por moda? Nos gusta vernos en una era ininterrumpida de avances. Basta con examinar las características comunes de nuestro mundo que no existían hace un siglo: el chorro continuo de viajes, la televisión, los vuelos espaciales, internet, etcétera, para sentirnos especialmente orgullosos. Puede que a muchos les guste también imaginarse el grado de estupefacción por los cambios de alguien que se transportara desde 1916 hasta el presente. Y, por supuesto, imaginarse su cara hasta que descubre cómo funciona todo. Sin embargo, en realidad, pocas cosas resultan para un viajero tan familiares como el tiempo. La gente de principios del siglo XX era tan consciente de su modernidad como lo somos de la nuestra. Ellos también podrían haberse divertido imaginando a alguien transportado desde 1816 a1916: ferrocarriles, telégrafos, ametralladoras, y barcos de vapor...

Identificar la modernidad con los avances tecnológicos y sociales no nos ayuda a entenderla del todo. Más bien se trata de una condición subjetiva, un sentimiento o una intuición a la que es difícil encontrarle algún sentido profundo diferente al de las personas que vivieron antes que nosotros y experimentaron el mismo vértigo. La vida moderna, que tendemos a observar como una aceleración de las ganancias, el conocimiento y el poder sobre la naturaleza, se basa sencillamente en una pérdida: la pérdida de contacto con el pasado. Esto puede ser visto como un desheredación o una emancipación: gran parte de la política moderna se determina de acuerdo con estas dos corrientes y ofrece, por ese mismo motivo, unos resultados que no siempre son alentadores.

La pérdida de contacto con el pasado para aprender de él el camino que a veces no conviene tomar significa renunciar a una herencia sumergida en el tiempo.

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