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La espuma de las horas

Huey Long y todos los hombres del rey

Penn Warren denunció en su novela inspirada en el exgobernador de Luisiana la fatiga cívica que anima a encadenarse a la demagogia política

Huey Long.

Robert Penn Warren (Kentucky,1905-1989) fue un buen escritor sureño. A mediados de los años cuarenta del pasado siglo escribió una gran novela política, "Todos los hombres del rey", que acabaría siendo distinguida con el Premio Pulitzer. Su protagonista, Willie Stark, orador idolatrado por las masas desfavorecidas del cinturón campesino del Misisipi, es un personaje sin escrúpulos que se mantiene en el poder mediante la corrupción y el chantaje. Defensor de oprimidos y demagogo, encarna mejor que ningún otro en la ficción el modelo de dirigente populista. De hecho, se inspira en la figura histórica de Huey Long, controvertido gobernador de Luisiana, un tipo que manejaba la exaltación retórica como pocos. El eco de sus palabras y de su gestualidad no cuesta encontrarlo en los golpes de pecho de Donald Trump y en la revolución que Bernie Sanders prometía contra Goldman Sachs: la lucha contra la clase creativa o la batalla abierta imposible frente a los bancos. O en las lágrimas de cocodrilo por los puestos perdidos de las fábricas que jamás se van a recuperar. Tampoco es difícil hallarlo en la chusca estulticia de Nigel Farage o en el progresismo de barraca de feria de Pablo Iglesias.

Stark, al igual que Long, en la realidad, quería romper el monopolio político detentado por las grandes familias. Las promesas populistas del gobernador de Luisiana atrajeron a los campesinos pobres que habían desistido de votar. Tras imponerse en las elecciones estatales de 1928 con una amplia mayoría, se lanzó a un programa de obras públicas que los presupuestos difícilmente podían financiar, utilizando fondos del erario e incrementando la carga tributaria sobre las empresas y las familias medias y acomodadas. Acuñó el lema "cada hombre es un rey, pero ninguno tiene corona". Él, por si acaso, se erigió desde el primer momento en rey de reyes desafiando a los poderes establecidos y montando a su alrededor un conglomerado corrupto de cuyas consecuencias penales intentaba protegerse sobornando a jueces, retorciendo y desoyendo las leyes. Utilizaba todos los resortes para impedir que sus enemigos accediesen a los cargos públicos, y crecía en popularidad repartiendo alimentos y dinero entre los pobres.

Más tarde, desde el Senado defendió a los deudores empobrecidos, reclamando el derecho de cada individuo a asumir las deudas que quisiese, tuviera o no recursos para hacerles frente. Se situó en el medio del huracán desafiando por un lado a las clases pudientes y, por otro, a los sindicatos. Creía en el individuo y reprimía las huelgas. Además del conservadurismo social, lo suyo era controlar cualquier acto de la administración pública y conducir el gasto federal en obras públicas a extremos insostenibles por parte de la hacienda.

"Todos los hombres del rey" fue llevada dos veces al cine, por Robert Rossen ("El Político", 1949) y Steven Zaillian, en 2006. Prefiero la primera, en la que el poderoso Broderick Crawford interpreta el papel de Willie Stark, y por la que recibió el Oscar de Hollywood. De la segunda tengo imágenes más recientes, entre ellas aquella en que Sean Penn, a bordo de un Cadillac, se dirige a Jack Burden (Jude Law) y Sugar Boy (Jackie Earle Haley) con un discurso sobre la vida y la condición humana: "El hombre es concebido sin pecado y nace en corrupción, pasa de la peste del pañal al hedor de la mortaja".

El escapismo político está en el corazón de "Todos los hombres del rey". Stark/Long plantea sus discursos populistas de campaña con la dedicación de un escolar hasta convertirse en agitador profesional. Podríamos decir lo mismo de Trump, que ha ejercido consistentemente de hombre espectáculo durante varias décadas.

El problema en realidad es el agotamiento cívico que permite ver sustancia en la incoherencia del candidato republicano. Robert Penn Warren lo denominaba la fatiga democrática del "gran sueño". En Europa, podría ser la fatiga del estado del bienestar la que anima a mostrarse receptivo o condescendiente con el populismo, esa gran farsa de la historia.

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