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Hablemos en serie

"The fall", nos vamos de cacería

Una detective fuera de lo común tras los pasos de un asesino en un tenso "thriller" de estilo muy británico

Gillian Anderson, en una escena de "The fall".

La primera temporada de The fall dejó muy mal sabor de boca. Y eso es un gran elogio. De eso se trataba. Una serie tan distinta que no tenía miedo a parecer distante. Por qué. Porque su planteamiento clásico del gato que persigue al ratón se corrompía hasta tal punto por el dibujo enrevesado de los personajes que llegaba a un punto caliente donde no se sabía muy bien quién acechaba a quién. A ver: por un lado estaba el asesino en serie que podía acabar con la vida de una mujer sin pestañear y que luego se iba a casa a ser un padre de lo más amoroso. Enfrente, alrededor incluso, surgía la figura de la policía que se obsesiona con su captura.

Una mujer (hay quien la situó como primer ejemplo de "thriller" feminista, a todas luces excesivo) que no recula ante sus urgencias sexuales digan lo que digan, que no se calla ante los jefes si es necesario plantar cara, que se toma su trabajo tan en serio que su vida empieza y termina en su oficio. Una depredadora, en cierto modo, en busca de un depredador situado al otro lado de la ley. La serie estaba muy lejos de los procedimentales norteamericanos: era pausada, lenta incluso, con muchos silencios y sin abusar de la música. Impregnada de una tristeza contagiosa que encajaba a la perfección en esa atmósfera sombría de una Irlanda del Norte donde aún sangran muchas heridas. CSI hubiera contado un capítulo en diez minutos. The fall no, iba a su aire demorándose en las miradas de Gillian Anderson (aquí convincente, si bien es cierto que el papel no lo exige más de media docena de expresiones distintas). Arropada por buenos secundarios y con un Jamie Dornan más eficaz que en la patética 50 sombras de Grey, la primera entrega funcionó con precisión creando una tensión hecha de demoras más que de impactos a la americana. Una tensión a la que se podía intuir un poso de atracción malsana entre cazadores. La segunda temporada dio la sensación de que esa misma parsimonia empezaba a ser una táctica para estirar una historia que hubiera quedado perfecta en una sola entrega. No era un bajón tan estrepitoso como el que sufrieron series como Alias, Revenge y True detective, pero la fuerza de la sorpresa inicial dio paso a un producto más calculado, menos inspirado, igualmente competente. Los dos primeros capítulos de una tercera temporada que a muchos les parece innecesaria aprietan el freno a fondo en el ritmo. El primero es casi revolucionario en ese sentido porque parece un capítulo de Urgencias sin su frenesí: lo que pasa cuando el estrangulador es llevado medio muerto al hospital, alucinaciones incluidas, con su víctima en la habitación de al lado y Anderson dando explicaciones a sus superiores por lo que pasó y cómo pasó antes y durante el tiroteo final. En el segundo la historia se anima (moderadamente) porque a la agente le buscan las cosquillas por el procedimiento seguido, el asesino reacciona y su familia (sobre todo su hija mayor) tiene comportamientos lógicamente descontrolados. Y aunque no recupera las grandes sensaciones de la primera temporada, te quedas con ganas de saber por dónde irán los tiros en próximas entregas. Y esa intriga hay que agradecerla. A ver cómo la resuelven.

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