A Mary Beard, que es capaz de filtrar sus muchas erudiciones mediante una campechanía sonriente y el aspecto de quien quiere seguir manteniéndose atenta y joven pese a la melena cana, la cátedra en Cambridge, los sillones en tres Academias (la estadounidense de las Artes y las Ciencias, la Británica y la Europea) y el flamante premio "Princesa de Asturias" de las Ciencias Sociales, lo que de verdad le gusta es hablar de la antigua Roma y que la interroguen por qué es aún importante -fundamental- leer a los clásicos y estudiar las vetustas piedras de una época que aún se transparenta en el presente.

"¿Por qué todavía los romanos?", se preguntó ayer en Veranes, en Gijón, donde visitó durante una hora larga, en compañía de ciento quince invitados, el yacimiento de la villa romana y su museo, abiertos al público desde 2007 después de una serie de campañas arqueológicas que dirigieron, en su última etapa, Carmen Fernández Ochoa y Fernando Gil Sendino. "La villa de Veranes es una respuesta a esa pregunta de por qué seguimos estudiando todavía a los romanos", respondió Mary Beard.

Es una de las preocupaciones de esta sabia comprometida con el humanismo, capaz de encontrar ángulos inéditos para volver a contar desde un renovado interés la historia de Roma. No la ocultó en Veranes. Tras recorrer las piedras rescatadas y el amplio espacio que ocupa la villa (una hectárea de extensión, aproximadamente), aseguró: "Aquí hay algo sustancioso". Poco antes había confesado una cierta envida por estos restos debido a que, según explicó, "en Gran Bretaña no hay nada si lo comparamos con la Hispania romana".

Y ha insistido en esa idea que recorre todo su trabajo y está en todos sus libros, incluido el último y muy elogiado "SPQR". Escribe en su epílogo: "Flaco servicio hacemos a los romanos tanto si los convertimos en héroes como si los demonizamos. Y flaco servicio nos hacemos a nosotros mismos si no nos los tomamos en serio, y si damos por terminada la larga conversación que mantenemos con ellos".

Mary Beard recorrió Veranes, en la parroquia de Cenero, a doce kilómetros de Gijón y cerca de la antigua carretera con Oviedo, durante una hora larga en la que habló, pero durante la que también escuchó las fundadas explicaciones de Carmen Fernández Ochoa. El empeño de la arqueóloga naviega ha sido clave en la recuperación de parte de los dominios del antiguo "dominus" de lo que debió ser un "fundus" importante, situado a media ladera y en las proximidades de la Ruta de la Plata. También acompañaron a la galardonada el presidente de la Junta General del Principado, Pedro Sanjurjo; la alcadesa de Gijón, Carmen Moriyón, y el secretario general de la Fundación Princesa de Asturias, Adolfo Menéndez.

Mary Beard, a quien le puede el afán pedagógico, hizo parada en varios puntos del recorrido por la villa de Veranes para invitar a un ejercicio de imaginación. "Siempre que visito una edificación romana me pregunto cómo se entraba a ella; debemos pensar que aquí había un portón con un gran perro desagradable y un guardián al cargo", relató la historiadora, para quien el señor de Veranes era el representante de una clase pudiente, "aunque no la más rica". "En estos lugares debemos intentar sentir lo que sintieron los que habitaron en ellos", añadió.

En la villa romana gijonesa hay que hacer lo mismo que cuando pisamos Pompeya, sugirió. Primer consejo a los visitantes de Veranes: "Hay que pensar que, entonces, esta villa no era un lugar tan abierto como nos puede parecer hoy, que la privacidad era mucho mayor". Las actuales estructuras son restos de la trama urbana de las edificaciones (logia, cocina, el triclinio, los baños o termas, la exedra, la diatea o el oecus). Mary Beard se mostró sorprendida, por ejemplo, por el tamaño del triclinio: "Es un comedor enorme, de los que nos quedan pocos con este tamaño en lo que fue el Imperio romano. Y explicó: "Es una estancia construida para disfrutar de las visitas, pero también para impresionar; hay que ver este tipo de construcciones como el resultado de un juego de relaciones sociales".

Para Mary Beard, en la villa romana de Veranes hay también una representación del poder. La zona que ocupa el triclinium se convirtió de hecho, en la Edada Media, en una iglesia dedicada a Santa María y San Pedro. Para los vecinos de la zona, el lugar fue siempre el Torrexón de San Pedro. "Lo que ocurrió en el siglo IV es que los ricos salen de las ciudades e invierten en este tipo de villas; no es aún un castillo, pero es un lugar en el que sentirse seguros", indicó. A juicio de la historiadora, Veranes era un lugar privado pero ofrecía una "imagen pública de poder".