Allí donde se encuentre, Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) es un tipo elegante y jovial. Un hombre que no sólo cuida su indumentaria, sino que mima los modales. Él mismo se ha definido como un "macho blanco del Sur", exmiembro de una fraternidad, eterno solicitante de empleo al que le gusta cierto tipo de ropa: "algodón aquí, algodón allá, bonitos mocasines bien lustrados, chaquetas sin hombreras, un estilo". Sonríe todo el tiempo y su rostro denota cordialidad por encima de cualquier otra expresión. Pero sin que resulte forzado. Ayer, en el Hotel de La Reconquista, no dudó en interrumpir una conferencia de prensa para darles las gracias a los periodistas por las preguntas. A él sí que habría que agradecerle su esfuerzo en responder a cada una de las que se le plantean como si fuera la primera de su carrera como escritor. Lo hace con verdadera convicción y se vale de anécdotas que contribuyen a enriquecer sus respuestas. Incluso cuando alguien insiste en saber qué opinión le merece el premio Nobel de Literatura otorgado a Bob Dylan, y después de recalcar que se trata de una buena elección, pregunta: "¿Quién se arriesgaría a decir lo contrario para ser considerado un envidioso?"

Los premios le importan a Ford. No hay nada en su actitud que muestre desdeño hacia ellos, sino todo lo contrario. Lo primero que hizo antes de ofrecerse a responder las preguntas fue agradecer el galardón de la Fundación y decir que se hallaba muy contento por poder recibirlo en esta tierra. "No importa lo viejo que eres siempre necesitas que algo te motive".

El autor de "El día de la Independencia" aparenta ser en todo momento un hombre feliz, cuando se dirige a las personas y sobre todo cuando habla de su esposa, Kristina Hensley. No quiere siquiera pensar lo que hubiera sido de él sin haberla conocido. Ella le convenció para que escribiese de gente feliz cuando en su cabeza sólo daba vueltas la oscuridad. Entonces surgió el personaje de Frank Bascombe. Piensa en alguien amable, le dijo, y a él se le ocurrió un periodista deportivo, el oficio que había desempañado durante unos años después de ver las orejas del lobo en el mundo editorial.

Bascombe es un personaje, en cualquier caso, que hace todo lo posible por vivir momentos de felicidad. A Ford le ocurre lo mismo. Ni siquiera la deteriorada realidad que representa Donald Trump es capaz de entristecerle del todo, aunque le enfurezca soberanamente no por lo que pueda suceder con él en la Casa Blanca pero sí por lo que ha sobrevenido a su alrededor. "Es una explicación de la falta de estima de los americanos hacia sus gobiernos". A Richard Ford no le preocupa el hecho de que Trump pueda ser elegido presidente de Estados Unidos. Eso es algo, a su juicio, que no va a suceder. El problema es el caldo de cultivo que crean los tipos peligrosos como él y la puerta que abren para otros más inteligentes y de mayor munición demagógica que puedan surgir en el futuro y aprovecharse del sufrimiento de los demás. Cuando alguien le pregunta sobre Trump, el escritor de Mississippi lamenta no disponer de más tiempo para responder. La suya sobre el candidato republicano es una tesis completa sobre el populismo y la estupidez.

Ford conoce bien a sus compatriotas y, como es natural, Estados Unidos. Ha vivido en la práctica totalidad del territorio americano, con la excepción del sudeste. Actualmente reside en Maine junto a su esposa pero antes, además de en Mississippi, su cuna, lo hizo en Montana y Luisiana, en Missouri, Arkansas, Illinois, Vermont, Michigan, California, Nueva York y Nueva Jersey. No cree que haberse mudado tanto sea una fórmula ideal para cualquier persona distinta a él mismo. Pero aunque no quiera recomendarlo por exceso de modestia, le ha servido para profundizar en su país y los habitantes que lo pueblan. A hacerlo le ayudó su situación personal. Kristina y él decidieron no tener hijos y eso les impidió verse obligados a anclarse en un solo lugar y, por contra, valió para poder vivir en muchos otros. Da la impresión de que Kristina es para Richard su patria. La pregunta de por qué -siendo un hombre tan felizmente casado- las mujeres aparecen tan poco en su narrativa, no supo responderla del todo. O, al menos, se mostró algo desconcertado. "No sé por qué. Hay muchos personajes de mujeres en mis libros. Además la diferencia entre un hombre y una mujer es un pronombre". Sin embargo, como para resarcirse de la duda citó a Dalva, una de las voces femeninas que han sonado con más fuerza en la literatura americana de las últimas décadas gracias a uno de los escritores que le gustan, Jim Harrison, fallecido la primavera pasada.

Alguien dijo -probablemente el propio Richard Ford- que una virtud de las historias cortas consistía en que el lector no se preocupase por toda la vida que dejan fuera. El Premio Princesa de Asturias de las Letras prologó una de las mejores antologías publicadas sobre el cuento americano. Ayer se remontó a un hecho doloroso para ilustrar el escaso aprecio de los editores por los relatos pequeños que, como él escribió, aspiran a darnos algo grande aunque en una valiosa parquedad de tiempo y espacio. Vino a decir que hay un problema de economía y otro en la falta de lectores que han impedido al pequeño relato crecer.

De la misma manera que el tiempo de su comparecencia ante los periodistas acabó haciéndose corto y no hubo más preguntas ni respuestas. Ni siquiera la que hubiera servido para averiguar el pronóstico del periodista deportivo para las series finales de béisbol. Si serán los Cubs (Chicago) los ganadores, los Dodgers (Los Angeles), o los Indians (Cleveland). Los Blue Jays, de Toronto, lo tienen algo complicado, ¿verdad Richard?