Si Richard Ford hubiera ido a cubrir ayer su propio encuentro con estudiantes de Humanidades en el Campus del Milán, seguramente hubiera apuntado en su cuaderno cosas como: "¿Hay que obligar a leer a los jóvenes? Yo no quiero decir a nadie lo que tiene que hacer. He sido marine y ya he tenido suficiente de eso".

Quizá también habría apuntado algo así como: "me han puesto una placa en el suelo a la entrada de la biblioteca del campus. Había rastros de pisadas. Les he dicho que esa es también la realidad de la literatura, que he visto que otros tienen estatua pero que es más propios de los escritores estar en el suelo. El vicerrector de Extensión Universitaria me ha querido consolar diciéndome que a la estatua de Woody Allen le roban las gafas todo el rato".

Porque en sus cuadernos, y ayer en el Milán compartió lectura de algunas de sus anotaciones con los estudiantes, conviven las notas para su próxima novela (una mujer que viaja de Canadá a Estados Unidos para ver a un amor de juventud en su lecho de muerte) con la referencia de un sofá que ha visto estos días en Oviedo y que le vendría bien para su casa de Montana.

Acompañado por los profesores Francisco Javier García Rodríguez, Esther Álvarez López y Rubén Peinado, Ford firmó una clase magistral de literatura en la que desmontó algunos mitos y santificó la ficción y la intuición. Y aunque no cree en las normas, sí dejó mandamientos y apuntes célebres:

"Recomienda a tus alumnos los libros que te gusten y sobre los que puedas decir cosas interesantes.

Cuando citas un libro y un amigo te dice que tiene que releerlo es que no lo han leído. Me pasa con "El enigma de la llegada", de Naipaul.

Nunca he terminado los libros de Foster Wallace. Creo que David escribía sus libros sin expectativas de que se los acabaran.

No me gusta Umberto Eco, pero es inteligente, incluso más de lo que él piensa.

Está bien que no sepamos donde va a acabar una historia. Dime algo que no conozca. No hagas que la caballería venga por la colina ni salves de la muerte al protagonista.

Hay autores que saben toda la vida de sus personajes; los míos están hechos de lenguaje, no tienen antecedentes vitales".