Debo comenzar diciendo que es un honor abrumador recibir un premio "Princesa de Asturias". Estoy realmente encantada de recibirlo no solo en mi propio nombre, sino también en nombre de todos los profesores, académicos y escritores que trabajan duro para hacer que nuestra conversación con el mundo antiguo sea tan viva, cautivadora y gratificante. Hay personas excelentes aquí, en Asturias, haciendo exactamente eso, a algunos de los cuales he tenido el privilegio y el placer de conocer en los últimos días.

También me gusta pensar que parte de este honor es para aquella antigua raza -a pesar de lo brutales, imperialistas y misóginos que eran, sin duda- cuya literatura todavía nos desafía, cuyas leyes y política informan las nuestras, cuyos hábitos extraños aún nos intrigan y cuyos rastros se encuentran, literalmente, debajo de nuestros pies. Hablo, por supuesto, de los romanos. Y debo añadir que lo he pasado bárbaro buscándolos justo debajo de la superficie de la tierra de Asturias, cuando visité este martes la villa de Veranes.

Esa visita fue parte del programa cultural de esta semana, que para mí ha sido un claro ejemplo de la mejor forma de concebir la historia (tanto antigua como moderna). La historia no es simplemente un tema reservado a unos pocos profesores solitarios encerrados en sus bibliotecas. Se trata de una actividad ciudadana, comunal y compartida en la que espero que todo el mundo pueda participar, desde los niños pequeños a sus abuelos, desde los ávidos lectores de libros a los que encienden los televisores desde sus sofás. No ser capaz de pensar de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos.

Eso es porque la historia no es simplemente sobre el pasado. Como conversación entre el presente y el pasado, tiene tanto que ver con nosotros.

Ahora bien, no quiero decir con esto que podemos aprender lecciones directamente de la historia (la historia no es un libro de respuestas a los problemas actuales). Pero sí nos enseña acerca de nosotros mismos, desafiando nuestras certidumbres culturales y abriendo nuestros ojos a distintas perspectivas. Y alienta una cierta humildad cultural.

Por supuesto, ha habido "progreso" (a pesar de todo el trabajo sobre los derechos de las mujeres que aún queda por hacer en todo el mundo, no hay ninguna mujer en el planeta que elegiría volver a la antigua Roma, a menos que estuviera segura de tener un billete de regreso). Sin embargo, aún tenemos esclavos (aunque no los llamamos así), y no hay best seller en el mundo occidental que haya tenido más lectores que "La Eneida" de Virgilio.

Nuestra historia también cruza nuestras fronteras modernas. Hay un famoso poema inglés escrito por un poeta del siglo XVI, John Donne, que comienza así:

"Ningún hombre es una isla / algo completo en sí mismo / cada hombre es un fragmento del continente".

Me temo que mis compatriotas olvidan su mensaje, pero ha estado rodando por mi cabeza esta semana: en los eventos que hemos disfrutado juntos, me he sentido parte de una historia compartida y de un continente compartido.

Y por todo eso me siento muy afortunada, por cierto. Gracias.