La versatilidad es una cualidad recomendable para un actor, pero no es imprescindible y, cuando se persigue en terrenos escarpados o sin el punto necesario de madurez, puede ser hasta perjudicial. Dani Rovira, sólido monologuista y proyecto de actor cómico, afronta con 100 metros, la historia de un hombre con esclerosis múltiple que decide hacer el triatlón "Ironman", su particular "tour de force". Una tarea en la que, pese a su encomiable esfuerzo, no sale bien parado. Principalmente porque, a diferencia de otros cómicos que sí logran completar con éxito la transición al drama, carece de las herramientas, de las "tablas", necesarias para afrontar la creación de un personaje fuera de su zona de confort. Algo que si tienen, en cambio, Karra Elejalde y Alexandra Jiménez, mucho más entonados. Pero también, y esto no es responsabilidad del intérprete, por la factura global de una película que no deja nada al azar en su empeño de comprometer emocionalmente al espectador.

Hay que decir, en todo caso, que cualquiera que se meta en la sala a ver 100 metros ya sabe a lo que va: conmovedora historia de superación personal basada en hechos reales y bla, bla, bla. En cristiano: drama manipulador orientado a lograr la lágrima fácil. Un empeño en el que Marcel Barrena no ahorra ni uno solo de los recursos más mezquinos del cine norteamericano "mainstream", el patrón por el que está cortado el filme. Desde la selección musical, que alterna algunos "hits" poperos con una partitura melódica interpretada al piano (sí, al piano); hasta los insertos finales con imágenes de la gesta real que inspira el filme, pasando por la acumulación de diálogos de presunta trascendencia que resultan, en ocasiones, sonrojantes. Un ejemplo: esa compañera de tratamiento que, tras quedarse ciega, apunta al tendido y regala un bochornoso "Corre por mí, Ramón".

Predecible, manipuladora, medida hasta la náusea para despertar emociones de diseño en el espectador, 100 metros brilla al menos en algunos momentos cómicos de Rovira y Elejalde. Escenas que en ocasiones, como en ese paseo por la playa al ritmo de Nino Bravo, parecen esbozar un enfoque autoparódico. Pero no es el caso.