Hicieron de el un héroe nacional porque logró lo imposible: amerizar un avión en el río Hudson después de quedarse sin motores por culpa de una bandada de pájaros. Pero Sully nunca se vio a sí mismo como un héroe. Solo se consideraba un profesional que hizo su trabajo lo mejor que pudo y supo. Un hombre competente que en unos segundos tomó la decisión adecuada aunque luego intentaran demostrar que no. Que lo que debía haber hecho era intentar aterrizar en tierra porque un motor no estaba del todo destruido. Los parásitos que mandan en los despachos frente al hombre eficaz y resolutivo. Solo ante el peligro.

Es evidente que un personaje así tiene mucho en común con bastantes personajes de Clint Eastwood pero sin pistola: el individuo que toma las decisiones justas en el momento necesario aunque vayan en contra de las reglas habituales. Empezando por Harry el Sucio.

El material era propicio para un derroche de épica que tanto gusta a Hollywood y más en estos tiempos con superávit de superhéroes disfrazados. Pero Eastwood aplica su conocida austeridad para enfriar los ánimos, hasta el punto de volverlos gélidos y que la película transcurra de forma monótona y esquemática. Pero una cosa es tomar distancia y otra alejarse demasiado. No ayuda, precisamente, que sepamos que ahí no va a morir nadie. La contenida interpretación de Tom Hanks (bienvenido a la vida tras hacer el ridículo correcalles de Inferno) también rebaja las dosis del drama hasta minimizar el impacto emocional incluso en la recreación del accidente en sus distintas versiones. De ahí que los intentos de aumentar un poco la temperatura de las imágenes (alguna charla telefónica con la esposa del piloto) resulten forzados. Además, el guión pasa olímpicamente de los pasajeros salvo en un par de detalles irrelevantes, lo que les convierte en poco menos que bultos por los que es difícil sentir empatía alguna.

Sully, a pesar de la impresionante acción de su protagonista, tiene muy poca historia de la que tirar. La poca profundización en la personalidad de Sully (no basta con meter algunos flashbacks que poco aportan) y el rechazo a mostrar con toda crudeza la peor cara de las autoridades hacen que la película se vuelva mansa y, lo peor de todo, inerte, sin que la escena del juicio decisivo llegue a alterar el pulso. La relación entre Sully y su piloto es irrelevante, como lo es con su familia o con el circo mediático que se montó alrededor. Al final, además, la apología individualista se ve alterada por un canto a la unidad de todos los americanos que suena tan incoherente como el pegote patriotero al final de El francotirador.