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GONZALO TAPIA | Cineasta

"Para hacer cine ahora necesitas tener pasión juvenil e inteligencia de la oportunidad"

"En la actualidad vivo en Oviedo porque me han traído mis hijas, dos gemelas de 3 años, y es lo mejor para la unidad familiar"

Gonzalo Tapia, junto al cartel de Picos, en Oviedo. LUISMA MURIAS

Gonzalo Tapia (Avilés, 1963) entró en el cine con cortos como "Xicu'l toperu", estrenó su primer largometraje, "Lena", en 2001, y el segundo, "Neckan", en Oviedo el marzo pasado. Sus directores favoritos son Louis Malle ("por su espectro, de 'Atlantic City' a 'Viva María!' ") y Mackendrick. De Herzog le gusta el discurso más que su cine.

-A mis 52 años tengo un optimismo irresponsable, quizá porque conservo algo de juventud.

-¿Cómo fluye su vida?

-Con alegrías y pequeños fracasos. La alegría constante y, a veces, mi pequeño infierno es que a esta edad, estoy criando dos niñas, Medea y Areta, de 3 años. Un amigo mío dice que para criar debes tener la misma edad que para ir al ejército.

-¿No le viene bien a su edad?

-No se dio la circunstancia antes. Esto es conjunto y tiene que ser el momento en que la mujer se decida. Es cruel decirlo, viene mal para las expectativas sociales: lo que iba al cine y de juerga hace cuatro años se ha reducido exponencialmente. Pero se asume. Entras en otra esfera de vida. Herzog decía que para comenzar una película o tener un hijo no hay que pensarlo dos veces.

-Pasemos al cine. Empezó "Neckan" hace doce años.

-Una película tiene muchos principios. Era un guión para mí. Colaboré con distintas personas que me llevaron a distintos mundos. Michel Gaztambide -un sabio del cine negro y la novela policiaca, habitual de Urbizu- me ayudó a dar el último giro oscuro.

-¿Doce años sin decaer?

-Siempre hay una pequeña esperanza y pequeños engaños. Pasé por tres productores distintos y se cruzaron otros trabajos. Esta película era muy difícil de hacer al comienzo: una producción mediana y no secundada por una televisión. Ahora es impensable: o haces cine a través de las grandes cadenas de televisión o haces cine de guerrilla.

-¿Llegará a exhibirse?

-La ha adquirido Netflix y tengo fechas de estreno en cine para enero o febrero en 70 pantallas. Con el boom inmobiliario y los centros comerciales con cine el control de la exhibición está en tres grupos. En EE UU ya ha desaparecido la cultura de los centros comerciales. En España empieza a pasar, pero aún con poco músculo.

-¿Lo mejor de hacer cine?

-Disfruto rodando y, sobre todo, editando. El gran cambio desde mis inicios con celuloide es que ahora tienes la máxima información en bruto. No eres esclavo del fotógrafo: puedes oscurecer, aclarar, virar el color. El límite es el presupuesto. Donde mejor lo pasé fue en el montaje de sonido, con Pelayo Gutiérrez, paisano de Salinas con varios "Goya". Un personaje protagónico tiene todos sus diálogos retocados, poniendo en el plano el sonido del contraplano porque es más natural o gana en la entonación.

-El protagonista es Pablo Rivero, de "Cuéntame".

-Siempre lo hace bien. Rodando dentro de un coche, se rompió el tubo de escape y provocó un ruido infernal. Él continuó su texto con el mismo tono porque sabía que el sonido puede usarse de manera distinta a la imagen.

Gonzalo Tapia había hecho cortos de ficción y un documental de su tercero de BUP en el Instituto de Salinas. La cámara le venía de su padre, un industrial con una pequeña factoría en Raíces Nuevo, que filmaba los viajes familiares en super 8. Tapia era...

-... un adolescente con conversación. Leía mucho, aprobaba Literatura y Filosofía por lo que sabía por mi cuenta, pero era mal estudiante y mi padre me mandó a Oxford para aprender inglés.

-Y se encontró con el cine.

-Contacté con Oxford Filmakers Coop, unos jipis en la época del punk. Hacía documentales sociales. Me echaron una mano para entrar en la escuela del sindicato de técnicos ATTC. El cine tenía estructura gremial y empezabas de aprendiz. Todo eso desapareció con Margaret Thatcher.

-¿Por qué volvió a España?

-No estábamos en la UE y mi trabajo era ilegal. Volví después de cinco años porque cada tres meses tenía que salir para obtener una nueva visa, los trabajos eran malos y la vida muy cara.

Con ayuda familiar montó en Asturias una empresa de holografía que duró año y medio. Después alquiló un piso en Madrid "con otras leyendas urbanas".

-Fui técnico en pequeñas producciones hasta que encontré a un amigo de Inglaterra y montamos Producciones La Iguana.

-¿Por qué la dejó en 2006?

-Una pata de la productora, Iciar Bollaín, creció mucho y eso no me dejaba crecer en mis proyectos propios. No lo digo con resentimiento, fue así. Empecé mi película "Lena" con La Iguana y la terminé con Acacia Films, mi productora. Con mucho dinero y apoyo tuve un rodaje placentero, fácil, refalfiao. Quería un helicóptero y lo tenía.

-¿Un largometraje es hacer cumbre?

-No tengo ansiedad de realizarme a nivel social a través del cine. No quiero ser un director de largometrajes. Quiero hacer las películas que me interesan. Tengo muchas capas, soy el hombre cebolla, con muchos intereses.

-¿Por qué volvió a Asturias?

-Me han traído a Oviedo mis hijas. Mi mujer logró un traslado aquí, donde está su familia, y es lo mejor para la unidad familiar.

Se conocieron hace doce años en una fiesta de prado en La Isla, donde veranean ambos.

-¿Puede trabajar aquí?

-Lo que estoy haciendo ahora, sí. Escribo un guión desde hace tiempo, ahora en la nevera, y tengo un documental en desarrollo y otro en manos de un productor. Cada dos semanas voy a Madrid. Quizás en tres años consiga hacer otra película. Ahora mismo se necesitan dos cualidades que quizá no tengo: pasión juvenil e inteligencia de la oportunidad.

-Es nieto del escritor y periodista Constantino Suárez.

-"Españolito" marcó mi existencia. Heredas genes y fantasmas. Mi documental de "Misiones pedagógicas" fue movido por ese fantasma. Soy depositario de muchos de sus originales y artículos de prensa. Mi hermana tiene recortes de su estancia en Cuba. Pensamos recopilarlos. Intenté recomponer su biblioteca de Madrid, perdida tras la guerra. Madariaga, Llopis, personas que influyeron en su espíritu ciudadano, republicano y social.

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