"Corría entre los árboles. Sabía que no podía parar si quería salvar la vida".

¿A que te apetece seguir leyendo? El secreto del espejo tiene un poderoso arranque que anticipa la destreza narrativa de Ana Alcolea a la hora de atraer a los lectores más jóvenes. También Espido Freire sabe cómo engancharlos al comienzo de El chico de la flecha, situando a su protagonista Marco con un arco en las manos y listo para empezar "una aventura en Emérita Augusta". Ambas novelas tienen algo en común: transcurren en tiempos de la Antigua Roma, un escenario de incuestionable atractivo que la literatura infantil y juvenil no visita con la frecuencia que sería deseable.

La obra de Alcolea ( Zaragoza, 1962) se desarrolla en el siglo I d.C. Yilda escapa de los druidas que la han tenido como esclava desde que murieron sus familiares cuando no era más que una cría. Gracias a ellos y su incuestionable sabiduría aprendió a curar a los heridos, sanar a los enfermos y mantener un poderoso vínculo con la Naturaleza. Conocimientos de incalculable valor vital que le servirán muy mucho cuando sea atrapada por unos solados romanos que la conducirán ante el tribuno Claudio Pompeyo. El pobre está muy malito porque una abeja no ha respetado su cargo y le ha picado. Pero hete aquí que llega nuestra amiga Yilda y le salva de un desenlace fatal. En señal de gratitud, la muchacha recibirá la propuesta de viajar a Roma para que comparta esos conocimientos con los médicos del Imperio... La novela alterna esa historia con otra actual: cerca de Zaragoza se han hallado los restos de una villa romana (entre ellos un espejo con una inscripción celta en el mango) y los padres de Carlos, a quien conocíamos de la novela anterior de la autora, El secreto del galeón, son elegidos para investigarlos... Esta parte realista contrasta de forma evidente con la primera tanto en el contenido como en las formas, ganando peso asuntos tales como los sentimientos, los riesgos de las nuevas tecnologías, la violencia de género... Un ejemplo: "Se levantó y se asomó a la ventana. La luna era un ojo que lo miraba escrutador. Un ojo que lo veía todo, como ese 'big brother' que era el smartphone, que sabía dónde estabas y con quién hablabas?"

En El chico de la flecha, Freire cuenta la historia de Marco, un muchacho de doce años que vive en el siglo i d. C. en Emerita Augusta, actual Mérida, donde conviven tanto ciudadanos libres con esclavos, donde las mujeres están tuteladas por sus familiares en una sociedad que, a pesar de ser exquisita y sofisticada en algunos aspectos, también puede ser cruel dedicando su ocio a disfrutar de espectáculos sangeidndos. Cuenta Freire que su amor por la antigua Roma "surgió cuando tenía nueve años y estaba segura de que nada podría superar el que sentía por Grecia, su mitología y su cultura. Después llegó Robert Graves y Yo, Claudio, y Henryk Sienkievicz con Quo Vadis. Cuando pude estudiar latín me entusiasmé con esa lengua muerta. Pero no sólo era eso: sus comidas, sus costumbres, sus conquistas, la estructura de las casas, todo me despertaba interés, y de todo quería saber. Incluso la cara más siniestra (sus emperadores más sangrientos o las guerras) me parecía un aspecto interesante y del que podía aprender".