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Crítica

A las puertas

Nathalie Stutzmann no logró, pese a la entrega de los músicos, estar a la altura de una obra capital de Brahms

La Oviedo Filarmonía en el concierto del jueves. PABLO PARIENTE

Brahms empleó un tiempo considerable para dar forma a este Concierto para piano nº 1 en Re menor, op. 15, originalmente una sonata para dos pianos que finalmente se tradujo en un imponente concierto de duración considerable, con un empaque que va más allá del puro lucimiento. La obra reclama exquisito equilibrio en el interior de los movimientos externos para que la articulación, a pesar de una fuerza expresiva arrolladora que emana desde el inicio, no resulte precipitada, aunque en algunos momentos con una dirección en ocasiones desigual en regularidad, esto no se tradujo siempre con el mismo acierto. La versión ofrecida concentró el interés en la presencia del joven pianista inglés Benjamin Grosvenor (1992), que ha mostrado unas cualidades pianísticas sobresalientes, con una técnica brillante, transparente y precisa, y un carácter pianístico siempre sutil y al mismo tiempo grandioso, su reflexiva musicalidad tuvo en el Adagio central un delicioso rostro, y en el Rondó Allegro ma non troppo final una hipnótica frescura plena de vitalidad, libre de estridencias. Puede que esté llamado a ocupar un puesto entre los grandes. Pero no todo fue precisión en la también muy musical dirección de Stutzmann, a la que le faltó definir con exactitud los contornos, la precisión en el ataque de algunas entradas. Si bien no le faltó atención a la expresión, también es cierto que se precisa no entregarlo todo únicamente a ella. Es necesario olvidarse del compás pero saber siempre cómo indicar a los músicos, con exactitud, el punto exacto en el devenir de la música. El concertino tuvo un par de momentos en los que ejerció, en este aspecto, de auténtico líder.

La segunda parte estuvo dedicada íntegramente a la Sinfonía nº 1 del mismo autor. Nathalie Stutzmann es una extraordinaria contralto que ha sobresalido a lo largo de su dilatada carrera -también en su paso por Asturias- por la contundencia de su timbre grave y el carácter de su expresión, aunque quizás en la dirección -que no carece ni mucho menos de ideas ni del férreo empeño en llevarlas a cabo- se ha quedado a las puertas de lo que supone algo verdaderamente grande cuando se trata de abordar obras capitales en el repertorio, como este concierto y esta sinfonía. La entrega de los músicos no se cuestiona por la contundencia de un sonido como el que ha mostrado en esta ocasión la orquesta municipal, pletórico, que la directora ha sabido extraer del conjunto ovetense, pero no ayuda en el balance entre secciones y en la inflexión dinámica el hecho que la orquesta no haga los ensayos en el mismo Auditorio -sala que tiene en alquiler la OSPA-, con lo que el trabajo de la planimetría realizado en una pequeña y seca sala de ensayos como lo es la de los bajos del teatro Filarmónica, infiere en el resultado y éste se resiente. No obstante el primer movimiento no encontró una pulsación interna claramente definida, y hubo que esperar a los tres movimientos siguientes, en los que se dieron los mejores momentos sinfónicos de la velada en busca de deslumbrantes efectos que fueron la parte positiva en la persistencia de Nathalie Stutzmann por la necesidad de expresar y transmitir un verdaderamente opulento sonido de la orquesta.

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