Sólo hay que comparar cualquier capítulo de El ministerio del tiempo con cualquier episodio de Timeless para darse cuenta de que comparten el punto de partida pero sus rumbos son muy distintos. Y el resultado es claramente favorable a la serie española. Baste con revisar el viaje a los tiempos de Felipe II empeñado en cargarse las reglas para que el desastre de la Armada Invencible no se produzca con las andanzas de los muchachos norteamericanos durante las guerras entre franceses, indios e ingleses en tierras americanas. Mientras que la producción de aquí se toma las cosas en serio y mete en las costuras fantásticas interesantes reflexiones de tintes filosóficos (logrando gracias al director asturiano Marc Vigil que funcione un momento tan peliagudo como la conversación con el Rey por teléfono móvil), la de allí apuesta sin recato por la acción pura y dura. Pero tiene un problema serio: la falta de medios suficientes y la ausencia de guiones eficaces. No es una serie andrajosa pero le falta músculo económico para que sus ambiciosos planteamientos cuajen. En el episodio piloto se pudo hacer la vista gorda porque los efectos digitales que mostraban la catástrofe del dirigible Hindenburg eran resultones y la puesta en escena de la maquinita del tiempo tenía su gracia pero en las entregas posteriores empezaron a verse las carencias. Lo primero que flojea es el guión. Timeless (Movistar +) se limita a escoger alguno de los momentos más importantes de la joven historia de los Estados Unidos (una menudencia si la comparamos con la española, dicho sea de paso y sin ningún ánimo patriotero) para proponer una esquemática alternativa que gira alrededor de un malvado que aparece y desaparece sin que en ningún momento llegue a tener suficiente espesor dramático. Es una especie de recurso facilón para no estrujarse mucho las neuronas imaginando tramas que vayan más allá de la ocurrencia. Y cuanto más cercana en el tiempo es la historia, peor se maneja la serie. El capítulo dedicado al Watergate, por ejemplo, es plomizo. Y la trama que transcurre en Las Vegas en plena efervescencia atómica con Kennedy y Sinatra al fondo está completamente desaprovechada.

Desaprovechada: esa es la palabra.

Las relaciones entre los tres protagonistas son superficiales (se agradece que no hayan metido con calzador la tensión sexual no resuelta, pero es que tampoco la hay de ningún otro tipo) y como sabemos que pase lo que pase a ellos nunca las pasará nada (el modo en que parchean la máquina averiada para regresar al presente parece una broma, casi tan grande como ese instante en el que el Delta Force se libera de sus ataduras provocando a un enemigo para que le ataque con su afilada bayoneta) sus peripecias tienen escasísimo interés, por más que les veamos atados a un poste por unos indios comandados por una jefa que habla inglés con acento de licenciada en Harvard. La falta de presupuesto (aunque seguramente sea superior al del Ministerio) hace que episodios donde se necesitan muchos extras (el ataque a El Alamo, el asesinato de Lincoln) resulten un poco ridículos. Con todo, si uno se aproxima a Timeless sin prejuicios y con ánimo bondadoso puede encontrarse con momentos divertidos, como esos guiños bondianos que hay en el capítulo más divertido hasta el momento en el que Ian Fleming ayuda al trío a hacerle la pascua a los nazis.