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Extraños en un tren

Escalofriante y también emotiva aportación al cine de zombis con una realización frenética e imaginativa

"Train to Busan".

¿Se puede a estas alturas de la histeria del terror en el cine rodar algo muchas veces visto y que parezca no ya nuevo pero sí distinto? La respuesta la da Train to Busan, una de las mejores películas estacionadas en nuestras alicaídas pantallas. Va de zombis. Pero no son parsimoniosos muertos vivientes en plan The walking dead (andrajosa su última temporada, dicho sea de paso) sino seres muy humanos y frenéticos que, infectados al primer mordisco, pasan a ser seres queridos a monstruos enfermos que solo buscan atacar a quienes no pertenecen a su nuevo club. No nos metamos en berenjenales sobre metáforas, parábolas e hipérboles que pueden detectarse en la propuesta (sobre todo cuando sale en escena un personaje especialmente odioso por egoísta y cruel y mal nacido que podría representar cierta casta de ciudadanos prepotentes y poderosos capaces de cualquier cosa para sobrevivir) y quedémonos en lo que realmente importa: el vigor narrativo implacable que ofrece la película convirtiendo los pasillos de un tren o una estación en campos de batalla entre víctimas que ya lo son y víctimas que lo serán tarde o temprano. Lo que no conseguía con muchísimo más presupuesto Guerra Mundial Z lo logra con creces esta cinta transportadora de escalofríos de Corea del Sur.

Como mandan los cánones, el tren arranca despacio: un prólogo en el que un animal atropellado resucita con ojos vidriosos, un mundo contaminado, un lince de las finanzas hastiado que solo vive para su trabajo sin pensar en los demás y que regala a su pequeña hija una videoconsola igualita a la que le había regalado meses antes, unos pasajeros de variado pelaje descritos con breves pero elocuentes pinceladas? Los personajes mastican cliché, el guión no oculta nunca su condición de remasterización de estereotipos mil veces vistos: lo que importa llega cuando la enfermedad los iguala a todos. Pronto entramos en el túnel del terror: una chica infectada sube al convoy, se cierran las puertas, en la estación hay un tumulto confuso, un pasajero con ojos locos anuncia: todos están muertos. Y comienza el horror en estado puro sin caer en la casquería habitual del género (aunque no sea preciosamente agradable ver las transformaciones, claro), con una realización virtuosa (se nota que el director viene y va de la animación, qué precisión de cómic en cada encuadre) llena de buenas ideas (esa puerta tapada con papel de periódico para que los zombis no la rompan porque solo atacan lo que ven, esa conversación agónica por teléfono con una madre que sufre los efectos de la infección en directo, el libro usado para cerrarle la boca a un atacante, en otra curiosa defensa del soporte "papel", ese tren en llamas, una huida acorralada por hordas de zombis?) y que alcanza momentos de paroxismo brutales en las peleas claustrofóbicas a puñetazo sucio y con bates. O sea, que los amantes de las sensaciones fuertes quedarán satisfechos pero los que busquen algo más encontrarán a cada paso traviesas de distinción que hacen de "Train to Busan" una película que se sale de las vías muertas del género e irrumpe en zonas donde la emoción alcanza instantes de belleza sobrecogedora: una sombra atormentada, un abrazo desesperado, sacrificios que iluminan tanta oscuridad, una canción inocentes como salvoconducto salvador? Sí, vale la pena subirse a este tren.

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