Con The affair solía tener la misma sensación que me asaltaba con Billions. Tan pronto brillaba con intensidad como se apagaba. A un capítulo excelente le sucedía otro corriente. Incluso dentro del mismo episodio podía haber altibajos. Pero siempre salía a flote. Los primeros capítulos de la primera temporada de The affair (Showtime) también tuvieron la cualidad de despertar interés. No porque su planteamiento de contar lo mismo desde puntos de vista distintos fuera original sino porque los guiones trazaban bien la línea de creciente obsesión y abordaje sexual que dominaba a los protagonistas. Tras su fulgurante comienzo, los guiones empezaron a dar vueltas sobre sí mismos sin avanzar lo suficiente como para que la trama duplicada encontrara la mejor forma de expandirse. Las cosas se arreglaron más o menos bien al final, dejando las espadas en todo lo alto y las espaldas al descubierto para una segunda temporada que se había quedado ya sin el asidero de la "originalidad" expositiva. Pero hete aquí que el guión encontró su tabla de salvación en un tercer personaje que cobró una importancia de primer grado: la esposa. Bien es cierto que los intríngulis más policiacos no tenían demasiada fuerza, pero las apariciones de le dieron un plus de emotividad / intensidad / complejidad a la serie. Y ayudaba a crear esa sensación creciente de que el protagonista era un tipo a la deriva y sobre el que las mujeres ejercían un control absoluto de una u otra forma. En pocas series se ha visto tanta influencia femenina vigorosa y absorbente frente a un hombre endeble y desorientado.

Y entonces llega la tercera temporada y aparece una tercera mujer en su vida, francesa para más señas y encarnada por Irene Jacob. Que se siente atraída por ese exconvicto perseguido por un pasado cuando menos turbio y con reacciones virulentas que pillan a contrapié al más pintado, como la reprimenda pública que le propina a una estudiante que ha leído en clase un relato que deja mucho que desear, y a la que se vuelve a encontrar en casa de Jacob para mantener un tenso diálogo sobre sexo consentido, violaciones e inseguridades femeninas. "No necesito que me saque de ninguna zona de confort", le espeta, "porque nunca estuve en una". Luego, a solas con su nueva conocida francesa, se encontrará con un intento de seducción alarmante y frases como "hay cosas que no se pueden enseñar, cosas como la humildad y la pérdida". Es un capítulo modélico: potente, bien escrito, dialogado con destreza, interpretado con maestría. El segundo episodio ya no es tan brillante pero aún así mantiene el tipo y explora posibilidades dramáticas muy interesantes. Y con los restantes hay cierta irregularidad: convence como correoso melodrama con toques de intriga y tiene uno de los acercamientos al universo femenino más agudos y provocadores del momento, pero también caídas de tono, como una irrupción festiva en el jacuzzi de casa ajena o algunos arañazos de terror por la vía del carcelero fan que resultan un poco forzados. El último episodio visto hasta ahora tiene un final inquietante. Seguiremos atentos.