Oviedo, Andrea G. TORRES

El público ovetense, puesto en pie, despidió anoche al filo de las once al pianista ruso Grigory Sokolov, considerado el mejor del mundo en su instrumento. El concierto que ayer ofreció en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo provocó el delirio entre los aficionados. Disfrutaron como nunca en esta temporada. El intérprete ofreció nada menos que seis propinas pero, aún así, los asistentes parecían pedir más. Éxito total y clamoroso al término de tres horas de un concierto que interpretó entero de memoria.

Han pasado algunos años desde la última visita de Sokolov, así que el público abarrotó el Auditorio para verle de nuevo. El entusiasmo por ver al piano a un músico de tal magnitud se dejó sentir desde el momento en que salió al escenario y fue recibido con una entusiasta ovación. Enemigo de las salas de grabación, sus discos se han realizado a partir de sus propios conciertos registrados en vivo. Este pianista de origen ruso, reconocido mundialmente por ser un gran concertista, dotado con una sensibilidad nada usual, se desvivió ayer por expresar todo su carácter a través del piano. Su concentración está completamente dedicada al piano, un hombre de la vieja escuela, educado en unos valores que superponen la perfección interpretativa de antaño y la experiencia de un concierto en directo por encima de la propaganda mediática con la que hoy en día se construyen muchas carreras.

La primera parte del concierto se la dedicó íntegramente a Mozart. El mejor adjetivo para describir su interpretación del genio de Salzburgo es la luminosidad y un cuidado color sonoro, lleno de delicados matices que modula de una frase a otra. Realmente bellos son los movimientos lentos en los que parece recrearse en cada nota, y donde el fraseo está aún más cuidado si cabe. Sokolov presta mucha atención a las articulaciones y demuestra cierta obsesión por variar cada uno de los temas que van apareciendo en la partitura.

Tras el intermedio, en el que el intérprete ruso se hizo esperar, le llegó el turno a Beethoven. Entonces el piano de Sokolov adquirió más densidad. La Sonata nº 27 en mi menor, op. 90, y especialmente la Sonata nº 32 en do menor, op. 111 adquirieron un grado de expresividad difícilmente igualable, llenas de contrastes y colores sonoros. Esta última pieza es particularmente difícil por los pasajes tan virtuosísticos de incorpora.

A Sokolov le han llamado, entre otras cosas, misántropo, excéntrico o reservado? pero sin duda lo que nadie se atrevió jamás a insinuar es que se trata de un mal pianista, o siquiera "del montón". Ayer su talento quedó patente una vez más en el Auditorio Príncipe Felipe, con un público entusiasmado que supo apreciar todo su arte. Sokolov es extraordinariamente perfecto desde el punto de vista técnico y se cuida de prolongar el sonido de las notas el mayor tiempo posible en algunos pasajes, algo muy difícil de conseguir. Es capaz, además, de conseguir que el sonido del piano se convierta casi en un susurro en algunos pasajes más íntimos.

Entre las propinas Sokolov interpretó piezas de Schubert, Schumann, Chopin y Debussy. El resto fue un estruendoso y merecido aplauso.