“Antes mirábamos hacia el cielo y nos preguntábamos cuál sería nuestro lugar en las estrellas; ahora miramos hacia abajo, angustiados por cuál será nuestro lugar entre el polvo”. Esta reflexión de Cooper, el protagonista de “Interstellar”, nos recuerda los sueños de exploración y conquista galáctica que han alimentado la imaginación de varias generaciones, y que han florecido en infinidad de novelas, cómics, películas y series de ciencia-ficción. Unos sueños que ahora reverdecen tras el anuncio de la NASA relativo al sistema Trappist-1, situado a apenas cuarenta años luz de la Tierra y formado por siete planetas, todos ellos de tamaño similar a nuestro pequeño punto azul pálido, tres de los cuales se encuentran además dentro de la llamada zona habitable.

Aún sin perder de vista el firmamento, el hallazgo de la NASA es un buen momento para echar la vista atrás y recordar aquellos otros mundos posibles que la ciencia-ficción nos ha legado.

En el principio fue Marte

Los primeros sueños de exploración se dirigieron a nuestro vecino planeta rojo. De Marte procedía la invasión imaginada por H.G. Wells, y hasta allí, tornado en el nombre de Barsoom, se desplazaba la forma astral de John Carter en la célebre saga de novelas de Edgar Rice Burroughs, trasladada al cine unos años atrás.

Marte era también el escenario de “Fantasmas de Marte”, de John Carpenter, y de las célebres “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury y el destino soñado por Douglas Quail en el relato de Philip K. Dick “Podemos recordarlo por usted al por mayor”, trasladado al cine por Paul Verhoeven con el título “Desafío Total”. Y también el escenario de relatos y películas de pretensiones más realistas como la película “Marte”, de Ridley Scott, o la “Trilogía marciana” de Kim Stanley Robinson.

Un vecindario celestial

Además de Marte, los humanos también han soñado con Venus. Lo hizo el propio Edgar Rice Burroughs, en la serie iniciada con “Piratas de Venus”. Más recientemente, el español Alberto López Aroca retorno al planeta con “Náufragos de Venus”, quien revela en este volumen el destino de los marineros del Mary Celeste, un bergantín cuya tripulación desapareció misteriosamente en 1872 y que, según el autor albaceteño, acabaron en Venus.

Un poco más lejos, en Júpiter, sitúan los hermanos Wachowski la gran planta de producción de su película “El destino de Júpiter”, y en una estación de una de las lunas del planeta se sitúa la acción de “Atmósfera Cero”, vigorosa revisión de “Sólo ante el peligro” a cargo de Peter Hyams, con Sean Connery de protagonista. Pero, más aún, el gigante gaseoso es el destino de los astronautas de “2001: Una odisea del espacio”, la novela de Arthur C. Clarke trasladada al cine por Stanley Kubrick.

Un poco más cerca, en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter, residen los alienígenas deificados que juegan con el destino de la humanidad en “La caja de Pandora”, mítico cómic de Superlópez, creado por Jan. Y allí se sitúa también buena parte de la acción de “La expansión”, serie de novelas de James S.A. Corey (pseudónimo de los escritores Daniel Abraham y Ty Franck) que combina relato policíaco y ciencia-ficción, en la mejor tradición de Isaac Asimov, y que retrata las tensiones socio-políticas dentro de un sistema solar completamente colonizado por los humanos. Una saga que ha sido adaptada a la televisión bajo el título “The Expanse”.

Todos los caminos llevan a Trántor

Asimov, por supuesto, no podía faltar en la lista. En su Serie de la Fundación, el gran maestro de la ciencia-ficción describe un imperio galáctico al borde del colapso y los esfuerzos de Hari Seldon por limitar la duración de la era de oscuridad que seguirá a ese colapso mediante la creación de dos fundaciones, una a cada extremo de la galaxia, para preservar el conocimiento humano. Una de esas fundaciones se instalará en Términus, en la periferia de la galaxia conocida cuyo centro es Trántor, la gran Roma galáctica.

Los relatos sobre un gran centro político o administrativo de un imperio o república galáctica tienen también cierto recorrido. En OA se sitúa el cuartel general de los Green Lantern Corps, en los cómics de DC, y desde el trono de Aasgard reina Odín sobre los siete reinos, transmutados no se sabe si en planetas o en dimensiones en los cómics de Thor, para la Marvel. Dentro del Universo Cinematográfico de la “Casa de las ideas”, sin embargo, pocos planetas tienen tanta fuerza como uno que no lo es: se trata de la estación Sapiencial (Knowhere), horadada en la cabeza decapitada de un ser celestial, y escenario clave en las andanzas de los “Guardianes de la galaxia”. Inolvidable la llegada del grupo a la estación, con música de David Bowie, en la película de James Gunn.

Desde Mongo gobierna, con mano de hierro en guante de hierro colado, el emperador Ming, como posteriormente hará Paul Atreides, rebautizado Muab’Dib, desde el árido Arrakis, también llamado Dune. Un planeta que, en las novelas de Frank Herbert y la película de David Lynch, es el único lugar del universo del que se puede extraer la especia melange, elemento básico para los viajes interestelares.

Otro recurso vital, en este caso el mineral unobtainium, es lo que lleva a los humanos a Pandora, la luna del planeta Polifemo en la que habitan los Na’Vi. Se trata, claro, del planeta de “Avatar”, la fantasía en 3D de James Cameron.

Una ciudad entre las nubes

La diversidad de mundos es atractivo esencial de las grandes sagas galácticas del cine y la televisión. En “Star Wars” destaca la relevancia que adquieren en la trama planetas como Tatooine, Dagobah, Mustafar o la luna de Endor. Pero pocos dejan un recuerdo tan dramático como Bespin, el planeta gaseoso cuyas ciudades flotan entre las nubes. Allí Darth Vader apresó a Han Solo, congelándolo en carbonita, y mutiló a Luke Skywalker antes de revelarle “eso”.

En la otra gran saga galáctica, “Star Trek”, la proliferación de planetas es aún mayor. Aunque pocos son tan relevantes Qo’noS, la patria de los Klingon, o Vulcano, planeta natal de Spock, dramáticamente destruido en el reboot de la saga imaginado por J.J. Abrams.

Los planetas olvidados

El trauma de Kal-El, exiliado en la Tierra tras la destrucción de su planeta natal Krypton, explica su alto sentido de la responsabilidad desde su rol de Superman. Claro que Krypton, con guerra termonuclear y todo, era bastante más hospitalario que LV-426, el planetoide en el que aparece el primer xenomorfo en “Alien, el octavo pasajero” y que, posteriormente, será colonizado por esa peligrosísima especie, tal y como relata “Aliens”.

Tampoco son especialmente hospitalarios los planetas de la saga Riddick, especialmente Crematoria, el planeta-prisión en el que el amanecer es sinónimo de barbacoa. Ni Klendathu, el planeta del que parte la invasión de bichos de “Starship Troopers”. Eso por no hablar de Miranda, donde una fallida terraformación hizo enloquecer a todos sus habitantes: de allí proceden los “Reavers”, la especie demente que aterra a exploradores y colonos de “Firefly”, la serie de Joss Whedon que saltó al cine con “Serenity”.

Sólo conocemos Melmac a través de los relatos de uno de sus habitantes exiliado en la Tierra, Alf. Poco se sabe de Solaris, el planeta que alberga a una gran inteligencia oceánica en la novela de Stanislaw Lem y la película de Andrei Tarkowski, y casi nada de Altair IV, el lugar en el que se ambienta “Planeta prohibido”. Y una fallida reconversión aboca también al olvido a Axturias, el planeta minero en el que viven los protagonistas de “Acción Mutante”, la ópera prima de Álex de la Iglesia.

Y el olvido, la oscuridad, es también el destino de Worlorn, el mundo moribundo que George R.R. Martin retrata en “Muerte de la luz”: un planeta atrapado durante unas décadas en la órbita de una estrella errante, “El gordo Satanás”, cuya cultura languidece mientras se aleja de su cálido influencia.

Somos exploradores

Todas estas epopeyas de la ciencia-ficción nos recuerdan que los humanos somos, por naturaleza, exploradores. Como los que atraviesan la puerta estelar para descubrir el faraónico Abydos de “Stargate”, o como el propio Ender Wiggin, el “Xenocida” de la saga de novelas de Orson Scott Card, que encuentra la redención, tras un milenario vagar, en un planeta llamado Lusitania.

Incluso alguien como Goomer, el camionero haragán y vividor exiliado en Mox en los cómics de Nacho Moreno y Ricardo Martínez, tiene esa componente aventurera. Pero quizás nos parecemos, o queremos parecernos, más a Cooper. Él lo dice bien: somos exploradores, pioneros. Por eso, el anuncio de la NASA abona nuestros sueños galácticos. Por eso, dentro de treinta años seguiremos hablando de Christopher Nolan y su magistral “Interstellar”.