Las historias efímeras son la herramienta con la que Mark Zuckerberg está tratando a cargarse a su rival Snapchat, la red social que inventó esas historias efímeras y que precisamente sustentaba su excepcional crecimiento en la vertiginosa caducidad de las fotos y vídeos que colgaban los usuarios.

Zuckerberg sabe que la manera más efectiva de innovar es copiar, así que copió a dolor el producto perecedero de Snapchat y mandó implantarlo en todas las redes de su propiedad. Primero fue Instagram y con ello le propinó el primer golpe de gracia a la red social del fantasmita (Snapchat), preferida por los adolescentes de medio mundo, quienes huían de Facebook porque sólo había ojos de padres-coleguita vigilándolos. También escapaban de Instagram porque requería demasiada perfección, exigía una disciplina muscular máxima (esos morritos, esas caderas, no respires, mete barriga) y un gusto estético infalible (¿qué filtro le va mejor?) antes de subir una foto que iba a durar toda la vida y convertirse en porción indivisible de su marca personal. Con esas condiciones era más fácil redactar nuestra necrológica.

En Snapchat es todo un "aquí-te-pillo-aquí-te-mato" y como todo se borra muy poco después, si te he visto no me acuerdo y uno puede salir a la calle sin capa de maquillaje digital. Era la red llamada a reinar desde los millenials hacia abajo, pero desde que Instagram puso en marcha las "Stories", Snapchat sufrió un bajón del 82% de afluencia de usuarios con respeto al ejercicio anterior, según datos difundidos del mes pasado.

Las historias que desaparecen a las 24 horas acaban de llegar a Facebook y, más recientemente, hoy mismo, a WhatsApp. Ahora todo el mundo podrá colgar su "estado" definiéndolo con una foto, un vídeo y textos y adornos varios que completen el mensaje. El "estado" es una nueva característica del ser humano que no existía antes de las redes sociales. O, al menos, no era obligatorio tenerlo.

-¿Qué, cómo vamos?

-Pues hombre... no sé.

Uno podía estar como Rajoy -ni bien, ni mal, ni todo lo contrario- y nadie lo declaraba un apestado. Uno podía, perfectamente, no saber cómo se encontraba. De hecho, antes de las redes sociales, casi todos teníamos más o menos un estado común: "Tirando". Luego, ya con las redes, hay que cursar un máster en ontología para andar por el mundo. Porque el ser humano, como humilde materia que es, tiene que tener obligatoriamente un estado. Tradicionalmente, la materia tenía tres: sólido, líquido y gaseoso pero, gracias al WhatsApp, la física humana contempló una variedad infinita: "en el gimnasio", "ocupado", "en el cine", "creando"? También se podía acompañar el mensaje escrito con un icono para hacerlo más comprensible o, en realidad, para hacerlo definitivamente incomprensible.

Esto era lo que nos pasaba hasta que llegaron estos nuevos estados efímeros en el WhatApp. Ahora ya no se puede dejar para toda la vida el estado "en el gimnasio" pese a que te hayas convertido en Falete. Ya esa hipocresía social no se puede mantener de ningún modo. Ahora hay que renovarse a diario o morir. Ahora es necesario cambiar cada estado cada 24 horas, porque cada 24 horas se volatiliza el anterior y la gente necesita saber urgentemente cómo va lo tuyo. Corrijo: tú crees que la gente necesita saber urgentemente cómo va lo tuyo. Este cambio se aventura trascendental. Va a requerir mucha introspección y mucha herramienta psicológico-filosófica a la hora de definir el estado diario que cada uno puede tener.

-¿Qué, cómo vamos, tío?

-Pues emocionalmente estoy estable, esperanzado porque creo que me van a subir el sueldo, un poco preocupado porque parece que la inflación repunta y algo indignado por el nuevo decreto que prepara Trump para frenar la entrada de inmigrantes en Estados Unidos.

-De acuerdo, lo pillo. Sube entonces esta foto de gatitos y ponle el hashtag #Happylifeandeatcupcakes.

-Se me olvidó decirte que estoy radicalmente en contra de los toros.

-Entonces pon la foto de perritos. El hashtag lo mantienes.

La presión va a ser máxima porque, además, la nueva actualización de WhatsApp incluye la posibilidad de conocer cuál de tus contactos ha visto el estado en el que te encuentras. Si te equivocas de estado, o no es el estado apropiado, el bochorno suele ser equiparable a salir a la calle en calzoncillos o tratar de quitarle el liderazgo a Pablo Iglesias en Vistalegre II. El estado es el mensaje. No creo que nadie se resista a pegar el ojo a esa nueva mirilla para saber cómo están hoy los vecinos de nuestra agenda de contactos. Enhorabuena, WhatsApp ha alcanzado su nivel máximo de "porterismo"; y perdón a las porteras. Trump no es el problema: bienvenidos a un planeta gobernado por la Vieja del Visillo.